En cuestión de migración, es urgente ver de otra forma las cosas: son mucho más complicadas. Se tienen que abrir camino a nuevas visiones, pues esta, la que hemos vivido, solo desemboca en crisis humanitarias una tras otra. Nuevas visiones, tanto de los procesos de migración como de las circunstancias económicas y políticas de los países expulsores. En ninguno de estos dos mundos se ha trabajado con suficiente atención. Y hacerlo en ambos es condición para al menos mejorar los saldos este siglo.
El recién llegado embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar, le dijo a Azucena Uresti el miércoles que desde hace años hemos tenido “un sistema de migración que no ha trabajado, que está quebrado”. Se requiere uno “que trabaje para que no tengamos este sufrimiento que existe para los migrantes que están huyendo”, insistió.
Hay tal vez un poco más de apertura en el discurso ahora. Vale. En los hechos lo que hay todavía es vergonzoso, por la contención en las fronteras sin ningún sistema ni plan humanitario y por la falta de comprensión, de imaginación y de voluntad para disminuir la migración desde su origen y para organizar dignamente un flujo que sin duda seguirá habiendo.
Junto con otros grupos e instituciones, los jesuitas llevan años atendiendo migrantes. Esta misma semana publicaron la “Postura de la Compañía de Jesús en México y Centroamérica ante las migraciones forzadas”.
Ellos ven la migración contemporánea como “una realidad compleja que rebasa las dinámicas propias de cada país e implica la colaboración con otros contextos”. Han asumido que las personas “se ven obligadas a migrar por: 1) Una pérdida de esperanza en poder resolver su situación personal y familiar al ver que su contexto local, nacional y regional no mejora ni tiene perspectivas de hacerlo. 2) Una necesidad de protección internacional ante la sensación de riesgo vital por la inseguridad, violencia y carencia de recursos económicos. 3) La atracción por irse a Estados Unidos generada por la brecha de oportunidades y salarios que existe entre este país y Honduras, El Salvador o Guatemala. Y 4) la necesidad de mantener la unidad o buscar la reunificación familiar”.
Y ubican, desde esta realidad, “siete causas estructurales: 1) La desigualdad de oportunidades para el desarrollo humano pleno asociada a un modelo económico. 2) La desilusión hacia los procesos democráticos existentes y que se asocia a un modelo de Estado. 3) La deficiencia de los sistemas tributarios y de protección social. 4) La influencia del narcotráfico y el tráfico de armas. 5) La inseguridad, militarización y sistemática violación de los derechos humanos. 6) La vulnerabilidad frente a las amenazas inducidas por el cambio y la variabilidad climática. Y 7) el horizonte individualista de la vida unido al universalismo que da prioridad a las categorías globales sobre las locales.
Más allá del acuerdo o desacuerdo en cuestiones puntuales, es tarde para empezar a enfocar el drama migratorio como un asunto que va más allá de un país, un gobierno, un grupo, un sistema o una política aislada. O una visión única. Vinculada a los problemas que más trabajo nos cuesta enfrentar, la migración está llamada a sacudir el siglo.
Luis Petersen Farah