Ver tele en una postura distinta, tal vez con un cuaderno de trabajo enfrente y muy probablemente con un abanico de distracciones a su alrededor, sola o solo, en un ambiente donde no hay compañeros que hacen el mismo esfuerzo, sin un patio de juegos y de gritos que compense y haga llevaderas las horas de trabajo en quietud, es algo que se dice fácil pero casi siempre raya en lo imposible.
Hay algunos niños con ese perfil, pero todos sabemos que no son muchos. Lo hemos vivido en carne propia, no tiene remedio: sobre todo hace falta la interacción constante con un adulto que guíe, cuestione, entienda a las niñas y los niños en su proceso de aprendizaje y maduración.
La primera semana del regreso a clases en la modalidad Aprende en Casa II ha puesto a los mexicanos con los pies en la tierra. A los padres de familia, como papás primerizos que recién se llevan al primogénito a casa. A los alumnos, ante la responsabilidad de aprender básicamente solos. A los docentes, ante el reto profesional más importante de sus vidas y uno de los mayores en la historia de la escuela mexicana.
Los maestros están exigidos como nunca antes. Sus tareas cotidianas quedaron fracturadas. Sus horarios también. A su cancha de juego, ahí donde ellos eran los grandes jugadores, le cambiaron las porterías, el medio campo, las reglas y el árbitro. Hablamos de más de un millón de docentes de educación básica que ahora tienen que empezar buscando a sus alumnos, estableciendo contacto con ellos y con los papás a la hora que se pueda, utilizando el celular propio si es que lo tienen, diagnosticando el entorno de cada alumno, tal vez detectando los que tienen mayor dificultad y, sobre todo, los que a la fecha no se han conectado por cualquiera de las muchísimas razones posibles.
Quién sabe cómo van a evaluar ellos mismos el éxito de su trabajo. Quién sabe cómo evaluarán el desempeño de sus alumnos. Quién sabe cómo serán evaluados por la sociedad. Su trabajo es otro, uno que ni siquiera estaba en su horizonte de crecimiento profesional.
El costo es alto. Pero el aprendizaje puede ser mayor. Seguramente es una lección de realidad, de cruda realidad para el país entero. Y como todas las lecciones de pobreza, duele.