Cantidad de madres y padres prefieren que sus hijos no regresen a la escuela “hasta que sea cien por ciento seguro”. Trato de entenderlos. He preguntado a distancia en distintas ciudades y, aunque tienen claro que en casa los resultados educativos no han sido suficientes, prefieren no jugársela.
Para casi ninguno el año y medio a distancia ha sido un éxito, pero mejor seguir así: “ya se recuperarán”. Son padres que se han tenido que adaptar, con hijos que se han tenido que adaptar y en algunos casos con una familia ampliada que se ha tenido que adaptar. Y piensan ahora que la nueva escuela no se adaptará ni rápido ni sin riesgos: la gran mayoría cree que los maestros no van a poder, además de realizar su trabajo normal, cuidar la salud de sus hijos. Sobre todo después de tantos meses en casa y sin que estén frescos los necesarios hábitos escolares.
En opinión de estos padres, el desempeño de sus hijos ronda por la mitad de lo que fue antes del cierre. Los más optimistas afirman que fue de 70 por ciento. El desafío resultó claro: tener paciencia y aprender tecnologías. Lo más difícil ha sido el contenido nuevo: sin clases no hubo de dónde agarrarse.
He escrito durante la pandemia al menos 15 artículos sobre el cierre de las escuelas. Mis opiniones siempre se han opuesto a un cierre tan abrupto y tajante y a que que se tome la educación como un asunto no esencial a diferencia de centros de trabajo que buscaron desde el principio cómo reabrir. Me he opuesto a poner en peligro una generación completa, por la altísima deserción que suele darse con los cierres prolongados de las escuelas y por la inevitable profundización de la desigualdad educativa entre los alumnos del país.
Sigo pensando que la escuela mexicana se quedó dormida. Ahora la reapertura no podrá ser más que improvisada y deficitaria. Es muy tarde para anunciar una perogrullada: sin presencialidad no hay escuela.
La decisión es de cada madre y cada padre. Sobre todo si están en el lado flaco de la brecha educativa, es importante que se presenten ya. Mejor colaborar a que la escuela sea más segura que las casas. Se sabe cómo: higiene, menos horas, menos días… adaptarse de nuevo. Porque, sí, hay que empezar desde bajo cero.
Luis Petersen Farah