El transporte es parte de la definición misma de ciudad. Cuando falla entran en crisis zonas metropolitanas enteras. No en balde nuestros gasolinazos han provocado aquí los peores disturbios que se recuerdan en años recientes. Y no en balde una decisión de aumentar precio del Metro o de los combustibles ha sacado chispas que encienden todos los malestares en países como Chile y Ecuador.
Aquí llevamos 13 meses en la discusión sobre las tarifas del transporte y la Ley de Movilidad. Cada vez hay más tensión: los camiones disminuyen tanto en cantidad como en calidad; en algunos casos los precios subieron durante estos meses de pleito y no hubo manera de regresarlos a donde estaban; en otros casos, literalmente desaparecieron rutas enteras como señal de que las tarifas actuales resultan incosteables.
Y más que los 13 meses, lo que resulta asombroso es que cada vez que se vuelve a discutir se hace como si no se hubiera hablado de eso nunca. Los transportistas no se mueven del tema de las tarifas. Lo demás lo discutimos después del aumento, dicen.
Pero si solo suben los pasajes, el transporte seguirá siendo tan malo como ha terminado por ser. Como ya han ustedes leído aquí, y espero que no se cansen, hay algunas acciones indispensables que en el pasado no se han querido hacer bien. Y ojalá no sea demasiado tarde.
1) Es necesario cambiar el sistema de pago al transportista; como muchos expertos han repetido, debería ser por kilómetro de servicio, independientemente de la ruta.
2) Hay que completar un sistema obligatorio de cobro único. La tarjeta Feria no funciona porque no quieren. Y no quieren porque su uso generalizado haría transparente la información de cada camión, de cada ruta, de cada empresa.
3) La información transparente y confiable también haría posible mejores esquemas de financiamiento para la compra de camiones.
No hay que olvidar que Ramiro, Pedro, Rosa, Jesús y Marina, como muchísimos regios, toman cuatro camiones para ir al trabajo y volver. Ahí se les va el dinero. Y la vida.