La versión básica de la vida, para las grandes mayorías, consiste en nacer, crecer, trabajar, reproducirse y morir.
Existen 2 experiencias que mejoran ese proceso: el amor en todas sus manifestaciones; en particular, con los hijos; y el significado que damos a nuestras vidas para trascender.
Ciertos rituales anudan ese proceso para estrecharlo a la comunidad y generar memorias personales y colectivas: el bautizo, la primera comunión, la confirmación, los Quince Años, el matrimonio y el divorcio.
Otros también amarran ese nudo: las reuniones familiares o con amigos, las carnes asadas o borracheras, las fiestas de cumpleaños o graduación y las celebraciones de Quince Años o bodas.
Empero, el punto es uno: el trabajo es la columna vertebral de nuestras vidas. Sin trabajar no podemos crecer y reproducirnos a excepción de algunas personas de la élite económica y política del país.
De ahí, 3 preguntas para nosotros los Godínez: ¿Cuántas horas de nuestras vidas dedicamos a trabajar?
¿En qué condiciones lo hacemos? ¿Podemos mejorar nuestra situación socioeconómica con nuestro trabajo? ¿Tenemos ahí una experiencia emocional gratificante?
De acuerdo a la OCDE, el número de horas promedio de trabajo por mexicano al año es de 2 mil 255: 43 horas a la semana. México es el país de la OCDE donde más se trabaja por año.
El mexicano promedio trabaja 133 mil horas durante su vida útil de 59 años.
¿Bajo qué condiciones lo hace? Está condenado a ganar salarios por debajo de la inflación y del costo de la canasta básica.
Tiene pocas vacaciones y escasa posibilidad de ser capacitado para mejorar su situación laboral. Su capacidad mental y física es exprimida al máximo por la disciplina y exigencia laboral.
¿Puede mejorar su condición socioeconómica en el tiempo? No.
Porque la lógica de la pobreza y la desigualdad en México descansa en una premisa: “los que están arriba seguirán arriba y los que están abajo permanecerán ahí”.
¿Tienen estos trabajadores una experiencia emocional gratificante en sus trabajos? Tampoco.
Continuará