El filósofo Zygmunt Bauman lo escribió con preclara lucidez: “las realidades sólidas de nuestros abuelos, como el trabajo y el matrimonio para toda la vida, se han desvanecido.
Y han dado paso a un mundo más precario, provisional, ansioso de novedades y, con frecuencia, agotador”.
Las instituciones sociales básicas como la familia y la iglesia, por ejemplo, capaces de generar en nosotros un significado de vida y una cohesión comunitaria permanentes se desmoronaron:
“Hoy la mayor preocupación de nuestra vida social e individual es cómo prevenir que las cosas se queden fijas, que sean tan sólidas que no puedan cambiar en el futuro. No creemos que haya soluciones definitivas y no sólo eso: no nos gustan”.
La vida transcurre con rapidez e intensidad, por ello “estamos acostumbrados a un tiempo veloz, seguros de que las cosas no van a durar mucho, de que van a aparecer nuevas oportunidades que van a devaluar las existentes.
Y sucede en todos los aspectos de la vida. Con los objetos materiales, con las relaciones con la gente y con nosotros mismos”.
Vivimos atrapados en una cultura del consumo que cataliza esa velocidad cotidiana para usar el objeto material y la relación personal; extraer su gratificación inmediata y tirarlos en el cesto de la basura.
Para continuar con nuestras vidas, con la misma ansiedad del conejo blanco de Alicia en el País de las Maravillas, cuando mira su reloj y dice sin saber su destino: “¡Dios mío, voy a llegar tarde!” A lo que sigue.
¿Podemos imaginar el efecto devastador que tiene sobre nuestras identidades y, en particular, de nuestros jóvenes, esta fluidez existencial tan cambiante, instrumental y deshumanizante?
De ese tamaño es el reto.
Hacer del mundo un lugar más empático, compasivo, vulnerable, generoso, solidario, asombrado ante las complejidades de la condición humana, curioso, conectado y comprometido con el otro y la naturaleza son muy difíciles.
Superar ese reto, implica darle las herramientas para construir -de a poco- las instituciones colectivas capaces de transformar sus vidas y las de muchas personas más.
Hasta sembrar en ellas la esperanza de salvar a la humanidad de sí misma.