México es un país fuerte e inagotable; capaz de soportar lo inimaginable en su naturaleza y política.
¿Qué nos pueden hacer, gritamos a los cuatro vientos; los huracanes, las inundaciones y los terremotos aunque cimbren el piso donde estamos parados?
¿Qué daño pueden hacernos las élites económicas y políticas mexicanas al depredar y repartirse el país -una y otra vez-para abonar sus arcas personales, aunque desangren nuestra esperanza para ser parte de ese país que nos pertenece por igual?
La pregunta medular: ¿porqué no ha nacido un político mexicano que lidere el país con una visión generacional alejada de mezquindades y pequeñeces ajenas, inclusive, hasta de las hormigas anochetus mayri típicas de la biosfera de Los Tuxtlas?
Sí, un líder que use como escudo la poesía de Efraín Huerta: “Mi amor por ti es una brizna purísima/ una luz interminable como la muerte/ como esta dolencia en toda mi cabeza y en mis uñas”.
Y de José Emilio Pacheco, cuando escribe:
“No amo mi patria/ Su fulgor abstracto/es inasible. Pero (aunque suene mal)/ daría la vida/ por diez lugares suyos…”?
Sí, un líder que tenga una inteligencia telúrica y profunda como los cuadros del doctor Atl pero a la vez, una mente serena y entrañable como los paisajes de José María Velasco.
Para que porte con orgullo milenario, una corona con flores de veinte pétalos y jaguar.
Mientras la música de los tambores y flautas lo abrazan así: “¿Acaso en vano venimos a vivir/a brotar sobre la tierra?/ Dejemos al menos flores/ Dejemos al menos cantos”.
Sí, un líder por cuyas arterias fluyan embravecidos los ríos de un México anhelante de justicia sin pobreza. De educación sin privilegios.
De derecho sin impunidad. De humanismo sin demagogia. De viejos sin abandono. De mujeres y niños sin muerte u asesinato prematuro.
De familias sin desaparecidos. De esperanza sin espinas.
Sí, un líder capaz de abrazar el corazón de todos y cada uno de nosotros, sin distingo, pero igual amor, empatía y compasión.
México amado, no te acabes, hasta que surja un líder así, por favor.
