Antes de responder, es justo reconocer el genio empresarial de Alejandro y del Grupo Orlegi (2103) para lograr la permanencia del Santos en la Comarca Lagunera y sembrar éxitos en “diversos estados de la República Mexicana, Estados Unidos, Colombia, España y Escocia”.
Sus logros futboleros con el Santos Laguna también son notables: dos campeonatos de liga (2015 y 2018); una copa MX y un campeón de campeones.
Empero su modelo de negocios va en declive.
Las razones son tres: una, el comportamiento promedio del aficionado del TSM exige una gratificación inmediata al pago de su boleto.
Es más frío, analítico y exigente. Y tiende a ser más volátil en sus lealtades futboleras.
Dos, el modelo de combinar jugadores “extranjeros de precio módico”, “nacionales algo consolidados” y “formados en casa” ya no funciona.
Menos, cuando los intercambia a discreción con el otro equipo Orlegi: el Atlas. O cuando los envía a la sucursal española de Orlegi: el Real Sporting de Gijón.
En suma, el intento empresarial expansionista de Orlegi debilita, no sólo al Santos Laguna sino a todos los equipos Orlegi, por igual.
De ahí la pregunta: ¿quién realmente gana con ese expansionismo empresarial? ¿El Grupo Orlegi o los aficionados de sus equipos?
Tres, Alejandro cometió un error garrafal. Nunca ha entendido el regionalismo lagunero a ultranza. Menos la importancia que tiene el Santos Laguna para reforzar nuestra identidad.
Con su estrategia mercadotécnica hueca de significado, pretendió convertir a los aficionados en consumidores de una marca -el Santos Laguna-.
Sin imaginar que ante todo somos personas con una identidad histórica arraigada de manera profunda.
Claro. Nos interesa tener un equipo triunfador. Nos ilusiona saber que nuestro estadio es la Casa del Dolor Ajeno.
Pero sobre todo, nos apasiona saber que nuestro Santos Laguna reafirma con su trabajo y su esfuerzo nuestro orgullo y nuestra dignidad por ser laguneros.
¿Lo entenderá Alejandro, alguna vez? No somos consumidores de una marca empresarial; somos personas, identidad e historia.
Nota: El autor es Director General del ICAI. Sus puntos de vista no representan los de la institución.