1. El ciudadano adopta posiciones de superioridad moral respecto al político; antes que asumir una ciudadanía de tiempo completo comprometida con el bien común.
2. El ciudadano y el político están hechos del mismo barro: sólo los distingue su posición de poder.
3. El ciudadano hecho político con poder puede ser tan corrupto o malvado como el político que alguna vez detestó y maldijo.
4. La moral y la política del ciudadano está basada en modelos subjetivos y emocionales; la del político no, atiende a los hechos de manera racional y pragmática.
5. El político mira al ciudadano como un mal necesario para gobernar; el ciudadano mira al político como la fuente de todos sus males.
6. El ciudadano actúa con visceralidad contra el Sistema y termina por ser víctima de la desinformación o manipulación algorítmica de las redes sociales.
7. El activista ciudadano prefiere desconfiar y criticar el Sistema para afirmar su superioridad moral; antes que profesionalizar sus competencias para mejorarlo.
8. El poder político es un afrodisiaco que seduce al activista ciudadano para hacerle el caldo gordo a partidos o imaginarse en un puesto público.
9. El activista ciudadano no dimensiona su obligación por construir una cultura ciudadana con valores pertinentes y actúa con la lógica de partido político y los valores de un militante partidista.
10. La lucha por el poder entre partidos políticos posee una lógica similar a la que ocurre entre Organizaciones de la Sociedad Civil; golpe bajo, descalificación, difamación, etcétera.
11. El activista ciudadano prefiere abandonar su pensamiento crítico para cobijarse en “la correctitud política” sin cuestionarla.
12. Existen activistas ciudadanos de relumbrón que se apagan a las primeras de cambio. Los menos, asumen su activismo como opción de vida y brillan para siempre.
Recuerdo la definición de aforismo: “es una declaración breve (pero general) que pretende expresar un principio de manera concisa, coherente y en apariencia cerrada”.
No es dogma de fe, pero casi.