Qué afortunados somos de ser testigos de los logros y hazañas conseguidas por los deportistas de nuestra época, algunos considerados si no los mejores, dentro de los mejores de todos los tiempos. Y en esta lista podemos citar a Michael Phelps, Usain Bolt, Tom Brady, Roger Federer, Rafael Nadal, Derek Jetter, Tiger Woods, y si nos vamos unos años atrás a Joe Montana, Cal Ripken Jr., y seguramente se me escapan varios.
Y es precisamente Tiger Woods, quien el fin de semana nos hizo vibrar de emoción cuando embocó ese quinto golpe en el hoyo 18 para ganar por quinta ocasión en su carrera el Masters de Augusta. Comentaba con mi compañera Érika Montoya que no recordaba un festejo tan emotivo del Tigre en sus 22 años de trayectoria.
Gritó, levantó los brazos, cerró los ojos, se abrazó con su caddie, con sus hijos, con su madre, con su novia. Era un Tiger eufórico, feliz, pues había ganado su primer Major en 11 años y se iba a colocar por quinta vez la chaqueta verde, la cual no se ponía desde 2005.
Un ganador por excelencia, pero que en los últimos años sus problemas personales y las lesiones lo alejaron dramáticamente de la cima de la PGA. De hecho, él mismo declaró hace unos meses que no sabía si iba a poder volver a jugar golf, y qué bueno que sí pudo, pues disfrutamos otra vez de su talento, de su clase, de su poderoso swing, de todas esas cualidades que lo han llevado a ganar 15 grandes en su carrera, colocándose a tres de otro gigante de este deporte como Jack Nicklaus.
A sus 43 años, Tiger nos demostró que sigue teniendo hambre de triunfo, que quería ganar para que sus hijos lo verán en vivo levantar un trofeo, y no solo en YouTube, pues ya habían pasado muchos años de sinsabores.
Reitero, somos afortunados de presenciar en esta época los triunfos de los mejores deportistas de la historia.
