En ocasiones el aprecio al parecer inexplicable que sentimos por una persona, pudiera ser transgeneracional, esto es; cuando descubrimos en su personalidad rasgos que en su momento admirábamos de alguno de sus padres, o bien porque con su lenguaje, nos hace revivir ciertos momentos gratos e irrepetibles vividos junto a ellos, recuerdos de esos que permanecen guardados para siempre en nuestra memoria y que son la única riqueza que en realidad nos llevamos al marcharnos.
Tal vez esto sea lo que me sucede con Manuel (alias “su Servilleta”), con quien de tanto en tanto cruzo mensajes en redes y cuya afición astronómica disfruto en sus textos.
Una fresca y amena mezcla de anécdotas, crónicas, lenguaje astronómico y fotografías de su autoría, que con frecuencia revelan la insondable inmensidad de ese universo que nos rodea y la “nano-microscópica” posición que ocupamos, quienes habitamos esta pequeña esfera azul bautizada por nosotros mismos como: “La Tierra”.
Ciertamente mi gusto por el cielo y sus estrellas, no deriva de una inicial inquietud científica como tal vez la de Manuel, sino que devino de mi ávida lectura infantil de la mitología griega, durante alguna convalecencia cuya causa ya no recuerdo, pero sí recuerdo cómo me maravilló la fértil imaginación helénica (y otras anteriores), que dieron nombre y razón de existir a casi cada uno de los cuerpos celestes que alcanzaban a ver e identificar en su siglo y con sus recursos.
En su necesidad de explicarse el universo (la misma que tenemos hoy) el imaginario griego se invento un origen en el que Gea (Tierra) y Urano (Cielo), procrearon al ambicioso Cronos (El Tiempo), quien destronó a su padre y con Rea su hermana, engendró hijos a los que devoraba, los que luego de ser redivivos por Zeus (gracias a la leche (Vía Láctea) de la cabra Amaltea (Capricornio), los instaló en el Olimpo para desde ahí gobernar al mundo, aunque siempre sujetos a los caprichos de Las Moiras (El Destino).
Hoy que la soberbia y el trastorno de autoimportancia nos trae de cabeza, alguna noche de vez en cuando, sería bueno voltear p’arriba.
