La disruptiva aparición de la covid19 en la sociedad humana de este siglo XXI, no solo vino a cimbrar nuestra arrogancia de “homo sapiens”, fundada principalmente en la ciencia y la tecnología, sino que también ha dejado al descubierto todo un repertorio de atributos positivos y negativos que nos caracteriza como especie.
Desde la admirable labor científica de quienes reclinados 48 horas entre teclados, microscopios, probetas y matraces, desarrollaron las vacunas en tiempos records; así como la de un encomiable “cuerpo médico”, que en cada continente, país, ciudad o pueblo se mantiene en su trinchera atendiendo toda clase de dolencias y pacientes, leales a su personal vocación de “aliviar el dolor ajeno”, con un sentido humanitario que va más allá de cualquier juramento hipocrático.
Hasta la infame voracidad mercantil de otros que aprovechan la desgracia ajena para tratar de llenar las alforjas sin fondo de su ambición y su avaricia, vergonzante categoría ésta, en la que también caben aquellos gobernantes que por negligencia o “síndrome de hubris” (trastorno psiquiátrico caracterizado por soberbia y arrogancia), medran políticamente con la misma salud social que juraron preservar, o bien por una evidente incapacidad para gobernar que la pandemia sacó a flote.
Por si esto fuera poco, a últimas fechas a todo esto se han sumado otras calamidades que si bien son producto de factores externos, como los caprichos de la naturaleza o la situación en otros países, se agravan cuando los responsables de prevenirlos o atenderlos se manejan en la improvisación y el maquillaje.
Así, en este difícil escenario, todos los seres humanos, ricos y pobres, listos y tontos, sabios o necios, nos hallamos afanados por sobrevivir ante la amenaza de un minúsculo ser invisible del que según dicen los científicos, ni siquiera tiene vida, tal como la entendemos.
Sobrevivir si, seguramente lo haremos como antes lo hemos hecho ante otras pandemias que han atacado a nuestra especie y, tal vez valga la pena preguntarnos:
Y cuando todo esto termine, ¿Cuál será nuestro capital moral y emocional?