“El ave canta aunque la rama cruja, como que sabe lo que son sus alas”, es el espléndido verso con el que Salvador Díaz Mirón, expresa poéticamente la importancia que tiene la confianza en uno mismo, no obstante lo amenazadoras que puedan ser las circunstancias.
Lo he dicho antes aquí y no dejaré de creerlo.
Para todos los seres humanos sin excepción, la vida es una lucha constante por sobrevivir biológica y psicológicamente, en la que el miedo y la valentía, juegan un importante papel por la forma como alma y cuerpo se inter-actúan.
Entender esto así, no significa adoptar una percepción negativa de la vida, sino qué, aceptar la idea de que esa lucha es un rasgo preponderante de la vida, es un buen principio para comprender, construir y reconstruir la nuestra, cuantas veces sea necesario.
Pero llevar las enaltecidas arengas de la poesía a la práctica del diario vivir no es tarea fácil, a veces los repetidos “golpes de realidad”, nos hacen tambalear y nos acercan al resbaladizo tobogán de la depresión o la melancolía, la primera cuando las expectativas que teníamos de la vida fueron irreales o demasiadas, y la segunda, cuando dejamos de valorar “el presente” y de algún modo compramos la falsa idea de que “todo tiempo pasado fue mejor”.
Es entonces que perdemos la confianza en “nuestras alas” físicas, y el mismo miedo, que antes pudo ser un aliado con sus descargas de cortisol y otras hormonas convertidos en energía, ahora con su sobrecarga hormonal nos estresa y nos hace dudar, e incluso puede llegar a paralizar nuestra capacidad de respuesta, sobre todo cuando las amenazas (reales o imaginadas) se ciernen sobre terceras personas que nos son dependientes.
Toca el turno ahora de recurrir a la valentía, aunque de algún modo sabemos de cierto que la vida es una batalla que tarde o temprano perderemos, hay que mirar hacia adentro y buscar otras alas, esas que desde nuestro primer aliento a fuerza de golpes y reveses se fueron formando y fortaleciendo, esas otras alas que aunque la rama cruja, nos permitirán seguir cantando hasta el final.
Quien lo ha vivido, lo sabe.
