Recibí un correo de un amable lector, en donde me expresa su cuestionamiento respecto de que la tecnología no necesariamente ayuda a romper la brecha de desigualdad entre los muy ricos y los muy pobres.
La definición de Naciones Unidas sobre la desigualdad económica es: “la diferencia que existe en la distribución de bienes, ingresos y rentas dentro de un grupo, sociedad, país o entre países”.
Al día de hoy, el 1% de la población mundial tiene más recursos que el 99% restante, y hay que decirlo con todas las letras: el crecimiento exponencial derivado de las tecnologías también genera desigualdades exponenciales en la sociedad.
Son tan grandes estas diferencias, que el reconocido autor de la economía exponencial, Amin Toufani, sostiene la teoría de la bifurcación de las especies, en donde la brecha económica se amplía conforme la productividad crece con el uso intensivo de la tecnología.
Ahora bien, hay que enfatizar el hecho de que la tecnología es una herramienta muy poderosa para incrementar la productividad y eficientar los procesos productivos tanto de bienes y servicios, desmaterializándolos, democratizándolos y desmonetizándolos, y con ello los convierte de escasos a abundantes, haciéndolos más accesible al consumo masivo.
La perversión de este esquema aparece con la intervención de los modelos político-económicos que aún rigen en el mundo entero, en donde las políticas centralistas y monopólicas ponderan el poder sobre el bienestar.
Ideologías populistas, autoritarias y centralistas obstaculizan el crecimiento de tecnologías exponenciales, aferrándose a prácticas monopólicas obsoletas, en el afán de mantener una hegemonía destinada a desaparecer.
El problema es que, la facilidad que cada día es mayor para las personas jóvenes preparadas tienen, para trabajar a distancia e incluso para migrar a otros países con mayor apertura y oportunidades, están haciendo que esa brecha de calidad de vida y oportunidades se haga más grande conforme avanzamos en el uso masivo de esas tecnologías.
Pensemos solo en la transición rapidísima que estamos viendo en diferentes partes del mundo, en la industria automotriz, que está cambiando su modelo de motores de combustión interna a automóviles y camiones eléctricos o de hidrógeno, mientras aquí en México nos empeñamos en crecer en la producción de petróleo y mantener la gasolina y diésel como nuestro principal energético para el transporte. _