El faro es una película que merece ser vista por su belleza visual, originalidad argumental y potencia actoral.
El drama psicológico dirigido por Robert Eggers adapta relatos y memorias de marineros bastante peculiares, los presenta con ingenio y el cuidado de una obra de arte.
No es de extrañarse que la calidad visual genera muchas reacciones en el mundo del séptimo arte y una constancia de eso está en la nominación a Mejor fotografía que adquirió dentro de los Premios de Cine de la Academia Británica (BAFTA) y los Óscar.
Aunque algo que por sí solo es una poderosa razón para ver la película es el dúo actoral de Willem Dafoe y Robert Pattinson, a quien mucho se le critica por sus actuaciones en la saga de Crepúsculo, pero que demuestra que va más allá de esa etiqueta.
Esta pareja da vida a un veterano farero y su joven ayudante que deben coexistir por varios días dando mantenimiento a una torre.
A lo largo de cuatro semanas apreciamos una potente transformación en ambos, aunque también la trama nos hace cuestionarnos qué de lo que estamos viendo es real o forma parte de la imaginación de los protagonistas.
Los momentos de tensión están a lo largo de casi dos horas y, aunque por momentos la trama parece lenta, no podemos despegar la vista de los protagonistas y su relación de amistad-odio que nos lleva a preguntarnos también el origen de los dos.
La lentitud es la fórmula utilizada para mantenernos atentos, transmitirnos algo de ansiedad y disfrutar al máximo la explosión de emociones que en la recta final de la cinta presenciamos.
Quisiera poder opinar más sobre el plano psicológico, pero no es mi tema y seguramente los profesionales de esa rama tendrán sus comentarios certeros, duros, pero también a favor de la producción que tuvimos en La Laguna durante escasos días para arrancar el 2020.
El faro es una película que no debe dejar de apreciar si es amante de las historias originales, bien actuadas y, sobretodo, estéticamente impecables.
