Los acontecimientos de la semana pasada en Lagos de Moreno han dejado al país entero en la búsqueda de consuelo y respuestas; sin embargo, ninguna será suficiente para las familias de los cinco jóvenes desaparecidos ni para todas las otras víctimas que no han sido nombradas.
Lo que sabemos de nuestro país a partir de ello, rompe con el silencio y hace visible la complejidad del panorama. Es de preocuparse la divulgación de material videográfico no sólo por lo que por sí mismo refleja, sino porque también se objeta en la desensibilización paulatina y sistemática de nuestra sociedad al exponernos a esos niveles de violencia. Pero más aún inquieta la exigencia que se hizo manifiesta en redes por exponer el video al público.
La explotación del morbo no tiene por qué ser un aliciente para sensibilizar a la sociedad de los problemas latentes.
No hay una sola manera de reaccionar a los sucesos, pero me atrevo a reconocer la digna manifestación de la población de la comunidad que salieron en una caminata silenciosa y con velas a las calles, que terminaron en la escalinata de uno de los templos religiosos colocando las luminarias. En el clima que permanece, salir a las calles y apoderarse del espacio es una muestra significativa de la capacidad de unión, de respuesta y de presencia.
El silencio y las velas deben ser un indicio de lo que, como la parte de la población no afectada directamente, podemos hacer: callar para escuchar y acompañar sin juicios, sin replicar el contenido de la violencia.
En un país que atraviesa estos momentos es valioso mantener nuestra capacidad de decidir qué queremos consumir y replicar, porque es importante saber que ninguna forma de violencia es normal y que nuestras acciones contribuyen a que se vea como algo estándar, que sucede porque “así son las cosas”.
Me quedo con la premisa de alumbrar lo que sí queremos como sociedad y salir a las calles por ello.
