La violencia es un fenómeno sumamente complejo, que se desarrolla en dinámicas cíclicas y escalares; esto quiere decir que cada suceso de violencia es parte de una cadena de acciones que han crecido en gravedad y riesgo y se presentan de manera constante. Entender esto es fundamental para intervenir en ella y erradicarla de nuestras sociedades.
Muchas veces la violencia extrema se percibe como un hecho aislado sin ver su conexión con otras violencias que la precedieron. Pero como bien lo señala el violentómetro, una herramienta muy útil en el trabajo de la educación social, los comentarios intimidantes, las burlas o las mentiras no son incidentes inocentes ni menores, sino que representan ya formas de violencia que están conectadas entre sí.
Cuando una mujer pide ayuda para salir de un contexto de violento significa que ha vivido ya una serie de violencias que la han puesto en riesgo; pudieron haber pasado días o años, pero el punto de quiebre para romper con la escala es ahí. Cada forma de violencia contra las mujeres esta conectada, no sólo de manera particular, sino con el grupo poblacional que representan. Si en una sociedad una mujer vive violencia por su condición de género, las demás mujeres también están en riesgo de ser víctimas de esas dinámicas. Luego entonces ningún caso de violencia contra las mujeres es un suceso aislado. Por eso es necesario que se articulen estrategias efectivas para contrarrestar la violencia. Si sólo actuamos reactivamente a ella cuando se ha vuelto extrema, estamos omitiendo el riesgo que ha escalado. Que ninguna mujer viva violencia es una aspiración replicada en la legislación nacional y en marcos de derechos humanos, pero es alejada en nuestro país mientras las acciones no alcancen a intervenir en la profundidad.
Si el sistema de acceso a la justicia falla desde la prevención, en la atención a las denuncias, en los mecanismos de protección y en la actuación de emergencia, esta fallando en tomarse con seriedad las violencias.