Entender a la violencia como fenómeno es muy complejo debido a los múltiples factores que la construyen y a la dificultad de señalar los límites de ella con claridad puesto que la percepción y subjetividad los desdibuja.
Por ello su abordaje desde las aproximaciones teóricas son necesarias y han facilitado su comprensión y tratamiento. Llegar a ellas ha sido un trabajo arduo y ciertamente su desarrollo ha sido prolífero en las últimas décadas.
El reciente reconocimiento de la llamada violencia vicaria abona a este marco teórico, permite, en principio, evidenciar un tipo de violencia más de entre las tantas que se mueven en una lógica patriarcal.
Nombrar los ejercicios violentos es resultado de un proceso de reconocimiento, en cuanto a las violencias sociales cuya identificación se debe hacer en nivel macro.
Esto implica que han sucedido a nivel individual de forma sistemática, adaptándose a las particularidades de lo institucional, reincidente y además, en impunidad, sin consecuencias negativas de algún tipo para quien la ejerce sino que, por el contrario, le brinda el beneficio de perpetuar el control asimétrico característico de una relación de violencia.
Así la violencia vicaria se ejerce no sólo contra la mujer que es madre, sino también contra las infancias, dos grupos vulnerables en la jerarquía del entendimiento de superioridad patriarcal.
Un mismo ejercicio cuya intención “por sustitución” daña de múltiples maneras (física, psicológica y económica) al tiempo que educa en el alcance de violencia que puede tener el agresor.
La exigencia de nuevo se vuelca a las instituciones para retomar este nivel teórico de análisis al ajuste del marco normativo para su prevención y erradicación.
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