En los años 50 del siglo pasado se realizó uno de los experimentos clásicos de la psicología social, lo conocemos como el experimento de Solomon Asch, el cual buscaba investigar la influencia de la presión social en las personas.
Lo que se encontró fue sorprendente: el temor hacer el ridículo frente al grupo por pensar de manera contraria hacía que un individuo expresara opiniones completamente erradas aún a sabiendas de que lo eran.
El análisis de este efecto es sumamente revelador cuando lo trasladamos a la vida cotidiana y también ponderamos la importancia de las opiniones que se expresan por personas con alguna autoridad o liderazgo.
Estas opiniones se convierten en elementos contextuales, ajenos a la persona, que influyen en la conducta humana.
Las pasadas elecciones se dieron en medio de un contexto sumamente tenso, que suele ser normal en momento coyunturales.
Las estrategias para la promoción del voto se tornaron en un descarado oleaje de manipulación no sólo por un grupo muy mediático de influencers, sino desde varios actores.
Por ello es menester señalar el impacto de una opinión y que ella provenga de personas que ostentan alguna autoridad por pequeña que parezca.
A veces hace falta recordar que el ejercicio del voto requiere libertad y secrecía no sólo al momento de rayar la boleta, sino previa y posterior a su emisión y que se acompaña de información veraz y análisis crítico, no de opiniones.
Le debemos a la democracia otorgar tales herramientas a la población.
Ahora que nos damos cuenta, es preciso impulsar una cultura que favorezca en sí una toma de decisiones informada en la ciudadanía.
Lol Canul
Twitter: @lolcanul