El 18 de junio de 2005, a iniciativa del colectivo Aspies for Freedom, se celebró por primera vez el Día del Orgullo Autista con la promoción del tema “aceptación, no cura”; dicha consigna resuena hoy entre la comunidad de personas autistas.
Para entender el orgullo autista hay que conocer, en primer orden, sobre las vivencias de las personas autistas y aceptar nuevos conocimientos sobre lo que hoy se entiende como una enfermedad, un trastorno o una patología. Todo lo que la sociedad sabe del autismo es errado y está lleno de mitos; incluso profesionales de la salud sin actualización pertinente y basada en evidencia científica replican tal desinformación.
La visión del autismo como un trastorno, que aún se enmarca de esa manera en los manuales de diagnóstico médico y psiquiátrico, ha perdurado por décadas.
A partir de la década de los 90 del siglo pasado se abren camino los estudios que respaldan la neurodiversidad como un hecho, es decir, el entendimiento de que existe variedad de tipos de cerebros humanos, así como existe la diversidad de colores de piel o de tipos de cabello. Lo que además se convirtió en una postura política y un movimiento que apunten a la justicia social frente a la discriminación que la comunidad de personas neurodivergentes (con cerebros fuera de la norma típica) ha vivido debido a sus formas de percibir y procesar la información, las emociones y la comunicación. Pero la divulgación actualizada aún no se populariza, las personas autistas no reciben un trato digno, oportunidades equitativas de educación y trabajo y se desarrollan en una sociedad discapacitante y se enfrentan cotidianamente a la discriminación. Muchas viven aún sin una detección que les permita entender por qué perciben el mundo de manera distinta. Ante tantos retos en un contexto desfavorable, el orgullo autista se levanta en el reconocimiento propio y colectivo de los logros; así como la apropiación del autismo como una identidad. La lucha por la aceptación es, igual que hace dieciocho años, un motivo de la conmemoración.