La novela de Susan Sontag, El amante del volcán, es una obra literaria que permite ser testigos de la química y posterior erupción que provocan sus elementos: el arte, la obsesión del coleccionista, el deseo, el amor prohibido, el control del placer propio.
Pienso en triángulos y de inmediato los asocio con volcanes; un pedazo de tierra ardiente —mi Nicaragua— dilatándose en el corazón de Centroamérica, el enmarañado delta femenino que se abre como receptor del deseo y cuenco de vida, un volcán custodiado por labios inflamados cuando la lava está a punto de derramarse, los inextricables triángulos de amor. De todo eso y más escribe la inmensa Sontag. La novela que cuenta la relación tripartita entre William Hamilton, su joven esposa lady Emma Hamilton y Horacio Nelson. Hamilton, embajador británico en Nápoles, tiene como leitmotiv el arte y el coleccionismo y lo ejerce incluso al desposar a lady Emma, su delicioso objeto de colección. Ella es una mujer joven que a pesar de la época en la que vive —el siglo XVIII— termina habitando libremente un amor adúltero con el héroe o corsario, lord Nelson, quien ardió con los volcanes nicaragüenses en un intento por dominar los asentamientos británicos en Centroamérica y en las colonias españolas. Fue el almirante que ganó perdiendo: conquistó Trafalgar a cambio de su vida. En la trama, lady Hamilton y lord Nelson se encuentran en las madrugadas, ella se escurre sigilosamente a los aposentos de él para amarse hasta que claree el día, una fugitiva del placer. A él le falta el brazo izquierdo —perdido en batalla— pero cuando está con su amante le nacen brazos desde el cuerpo de ella: amándola se completa y la mujer toma el control de su deseo; le indica el camino y se complace complaciendo, es una dadora y sabe que la simultaneidad es posible porque siendo iguales en el amor también lo son en el placer. Ella garabatea la piel de su amante con los dedos y —al mismo tiempo— borra con caricias y humedades los mensajes clandestinos. Mientras los amorosos se consumen, el coleccionista sabe que la satisfacción de tener la colección completa decaerá en el momento de poseerla y tendrá hambre de una pieza más, de un ejemplar aventajado, de una llave de repuesto: el deseo no morirá mientras falte un vestigio.
El volcán es una mezcla interesante de los detonantes de la pulsión fogosa que culmina en explosión, de las imágenes y los compases de la música amatoria. Es un vino elaborado con un ensamble donde la libertad es la uva predominante y la lava se liba a sorbos besables rozando la copa: el volcán como boca natural y la lengua como roca líquida que baila alrededor del fuego. Al igual que lady Hamilton, heme aquí coleccionando pulsiones, deseos asibles e inasibles, lágrimas de gozo y carcajadas de auténtico placer porque dominar el juego de la seducción es ganar en el ajedrez de la delectación.
Susan Sontag seguirá sustrayéndome lágrimas, incluso aún, cuando la evoque sin leerla.