Por más de veinte años dediqué mi vida a estudiar la problemática de los pobres.
Sí, los estudié y publiqué una infinidad de artículos y documentos en revistas y libros.
Escribí en la prensa, la información contenía solo datos duros. Estadísticas, estudios de caso, historias de vida, todo apegado a las normas básicas de la metodología de la ciencia.
Los pobres eran mi “objeto” de estudio y con ello también un recurso importante para la obtención de mi salario diario y de mi sustento.
No quiero decir con esto, que no sintiera una profunda sensibilidad en relación con la miseria que aqueja a más de sesenta millones de personas en nuestro país.
De entre ellos, veinticuatro millones viven en condiciones de extrema pobreza y después de una ardua jornada de trabajo como pepenadores de basura, como jardineros, vendedores ambulantes, prestadores de todo tipo de servicios, malabaristas y payasitos de crucero, si mucho logran ganar menos de cincuenta pesos diario.
Sobreviven hacinados en chozas de cartón. A ellos se les atañe todo tipo de culpas.
Son pobres porque quieren, no quieren trabajar, son unos borrachos y drogadictos irredentos.
Los miserables de la tierra, los sin techo, los desposeídos son siempre presa fácil de las autoridades civiles y militares.
Cuando ocurre un crimen y es necesario buscar a un culpable, ahí están ellos siempre dispuestos…puestos para ser usados como muestra de que las autoridades realizan eficientemente su trabajo.
Ahí va la policía, los equipos de las fuerzas especiales y la guardia civil…ahí van todos prestos a encontrar a los responsables del delito.
Al día siguiente aparecen en los diarios las fotografías de cinco o seis muchachos a quienes “las autoridades” agarraron al azar sin más ni más.
Para ellos no hay averiguación previa y no existe tampoco alguna alternativa de defensa.
Están solos…tremendamente solos…completamente solos. Tremendamente empobrecidos y muy abandonados.
Se han quedado perdidos en la nada y en la más absoluta fragilidad.
Y yo como muchos otros académicos más me dediqué a estudiarlos y de esa manera ganaba un salario digno, que hacía posible que mi vida transcurriera como una auténtica representante de la clase media en franca decadencia.
No obstante, vistos desde la óptica de los pobres…nosotros somos inmensamente ricos.
¡Qué vergüenza la mía! Haber justificado mi retiro estudiándolos, en lugar de haber hecho algo por ellos.
Por eso hoy les pido perdón por mi pecado y como repetía de niña en el catecismo.
Prometo firmemente cumplir la penitencia que me fuere impuesta.