Te escribo esta carta ti niño al que no tuve porque en su momento no quise y porque tuve miedo de traerte al mundo sin haber podido darte un padre.
A cambio de eso he tenido la dicha de tener sobrinos y sobrinos nietos. He tenido la enorme alegría de haber tenido miles de alumnos en mi paso por la vida.
Ay niño que belleza que hayas llegado al mundo.
Que dicha tan grande ha sido la mía de haberte tenido tan cerca, de haber podido escuchar tu llanto, de escuchar tus balbuceos y ver tu carita fresca, lozana y tu mirada limpia y clara. Tu mirada fresca y alegre y tus primeros pasos, tus primeras palabras.
Te he visto dibujar tus primeros trazos y también te he visto escribir las primeras palabras aún en letra de molde.
Te he visto jugar con la tierra y llenarte de lodo de cara a pies. Pero también he visto que ya no te diviertes construyendo castillos con corcholatas. No ahora juegas con el móvil de tu madre y el “Niño Dios” ya no te trae un juego de indios contra vaqueros, ni un coche para armar, ni un juego de te, ni una muñequita dormilona.
Hoy día el “Niño Dios” se llama “Santa Claus” y ya no surca el cielo conduciendo un trineo.
“Santa Claus” bebe Coca-Cola todo el tiempo y se teletransporta.
Y ¡Oh sorpresa el día de navidad! “Santa” te trae videojuegos y tabletas electrónicas y drones.
Yo te miro atónita mientras pregunto y qué irá a ser de ti cuando seas un adulto.
¿Acaso vivirás aquí en tu país o te irás a ir lejos de casa?
No lo sé y tu tampoco…lo único que espero es que la vida siempre sea generosa contigo.
Niño mío…mi pequeño, lo único que te pido es que no dejes de asombrarte ante las maravillas del mundo.
Y antes de decirte hasta pronto, quiero decirte lo siguiente…jamás permitas que la amargura se apodere de tu corazón.
Ante la adversidad, ríete siempre y ante las dificultades yérguete como lo hacen los valientes.
