¿Es el simbolismo más cruel que las fieras? No más rayas al tigre, la palestra enmudeció, la voz tonante, se fue a poblar otros mares, más profundos. Los libros publicados por Eduardo Lizalde expanden más de medio siglo de literatura mexicana. Estar frente a su imponente personalidad fue una experiencia insólita.
Escucharlo, reír con él, sentir la fuerza de sus palabras congruentes con el imán de su carisma. Dicen que niñez es destino; recuerdo una fotografía de Nicolás Guillén jugando ajedrez con Ernesto “Che” Guevara, me maravillaba los ojos atentos al tablero, negras y blancas, el humo del puro, la mano en la barba, en espera del movimiento final, la muerte del rey, jaque mate.
Y en una mesa porteña, años más tarde frente a otras piezas y otros cigarros, muy elocuente Laura Esquivel y le dice a Eduardo Lizalde: “fue un placer perder esta partida con un gran poeta”; todos aplaudimos ante esas palabras.
Cazador de metáforas, tensaba la cuerda para dar certero en el corazón, la sangre de la herida fluye, se integra, macera, crea andamios para subir hasta las vigas de los sentimientos, allí donde podemos llorar, gritar, mirar adentro de nosotros mismos. Lo que somos, de qué estamos formados, sin engaños, sin visa.
Desde su aparición en la república de las letras, la capacidad perceptiva recorrió un largo camino, tuvo caídas, propuestas literarias (El poeticismo), desesperanza, hasta convertirse en el aclamado escritor, traductor, ensayista. Su poética mezcla lo cotidiano, con las bestias, el mar, las tabernas, las prostitutas, el sexo, el amor; con lo que ve, siente, toca. Conviven en su poesía la ironía, la sátira, enfrenta inteligentemente a las palabras:
Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses; / que se pierda / tanto increíble amor. / Que nada quede, amigos, / de esos mares de amor… Intencionalmente el poema nos lleva a una enumeración de asombro para tirarnos del trapecio al vacío y en el último verso, lanza su red para salvarnos…
Que tanto amor queme sus naves / antes de llegar a tierra. / Es esto, dioses, poderosos amigos, perros, niños, animales domésticos, señores, lo que duele.
Gracias, Eduardo Lizalde, por tanto arte. Carpe diem. _