H ace un par de semanas contrajo matrimonio el primer jefe de Estado en funciones en Europa. Xavier Bettel, jefe de gobierno de Luxemburgo se casó con su novio, el belga Gauthier Destenay. Alguien pensará que se trata de un país bajo el signo de la perversión. Pero, no. Luxemburgo es una nación en el centro de Europa con uno de los niveles económicos más altos del mundo, superior al promedio de los países de la Unión Europea. Sus índices son muy altos en todos los ámbitos que reflejan bienestar.
El alcalde de Berlín durante más de una década (2001-2014), Klaus Wowereit, es homosexual. Su pareja lo acompañaba a muchos actos públicos. Lo mismo ocurría con el alcalde de Hamburgo, Ole von Beust. El ministro de relaciones exteriores en el primer gobierno de Angela Merkel en Alemania, Guido Wersterwelle es homosexual. Sus viajes, como parte de sus obligaciones políticas, representaban un problema para aquellos países que castigan la homosexualidad con la pena de muerte, pues lo acompañaba su novio. Sin embargo, a ningún alemán esto le significaba un problema.
También nosotros, aunque no lo admitamos, convivimos con los homosexuales y, en realidad, nadie se espanta. En mis clases se dejan ver. Y a mí sinceramente la pluralidad y la tolerancia en los recintos universitarios me enorgullecen. El semestre antepasado la mejor exposición y el mejor examen los hizo uno de ellos. Y ahora uno de los prestadores de servicio social en el instituto en que laboro no oculta su preferencia sexual. Esto es parte de nuestra cotidianidad.
Por el contrario, me sigue sorprendiendo que exista quien pretenda insultarlos o discriminarlos. Fuera de los argumentos religiosos -que en un Estado laico, son cosas de cada quien-, no hay un argumento válido para desconocerles sus derechos.
Los homosexuales que han decidido unir sus vidas lo están haciendo, lo que reclaman es el derecho a contraer el matrimonio civil. Las razones que esgrimen son sobre todo cuestiones prácticas: en caso de fallecimiento, dejar sus bienes a la persona que aman, como en los matrimonios heterosexuales. O poder inscribir en el Seguro Social a su pareja, al igual que en los matrimonios heterosexuales.
Una cuestión básica en el estado de derecho, es decir, de las comunidades que han decidido regirse por leyes, es el principio de que el derecho de un individuo tiene como límite el derecho de un tercero. Por lo que el matrimonio homosexual, mientras no lesione el derecho de otro, no tiene por qué ser prohibido. Así que no me malinterprete, aquí nadie está abogando a favor o en contra de la homosexualidad, se trata de una cuestión de derechos.
Por otro lado, hay un asunto que debe preocuparnos. Hace un año, frente a la casa de mi mamá, vivían dos homosexuales. Era una casa bonita, colorida, con un balcón lleno de malvas. Un día alguien rayó en su puerta la palabra “Putos”. A uno no le importó, el otro se sentía terriblemente lastimado, insultado. Durante tres días no se les vio. Hay en nuestra sociedad, creo que como en todas, una vena de racismo, de intolerancia, de discriminación. Pero, en sociedades avanzadas, estas expresiones son controladas o al menos hay un intento por controlarlas, por el Estado. Una ofensa así es motivo para llevar a los tribunales a quien la profiera. Pero los Estados avanzados no le apuestan a medidas represoras, sino que impulsan una educación que hace ver que nadie puede insultar a otro por sus preferencias sexuales.
Otro punto a considerar en este contexto es la renuencia en nuestro medio, de algunos sectores a aceptar que la familia moderna se ha vuelto en su composición más heterogénea. Vea Usted mismo, querido lector, a su alrededor y podrá apreciar que su entorno está lejos de presentar el modelo de “mami, papi e hijos”. Al menos en mi familia, una hermana es madre soltera y un hermano vive muy feliz en unión libre. Los hogares mexicanos han perdido su homogeneidad, ahora existe una buena cantidad de formas de convivencia. Muchas amigas viven con sus madres, otras se han unido bajo un mismo techo para enfrentar así la soledad y la senectud. Hay parejas de casados que deciden no tener hijos e hijos que deciden independizarse de sus padres. Tengo una amiga que simplemente ama su independencia y así se siente feliz. La modernidad ofrece opciones. Algunos han elegido, a otros simplemente la vida los condujo a ello. Así que, ante esta situación, suena anacrónico pronunciarse por la defensa del modelo de “papi y mami e hijos”. Todavía más sorprendente observar que tal “defensa de la familia”, es estimulada, en buen parte, por aquellos que decidieron un estilo de vida ajeno a ella.
El problema de su argumentación radica en que la familia no se puede defender ni tampoco imponer. Es una alternativa que un individuo puede o no desear. Habrá quien la haya querido y simplemente no tuvo éxito. Habrá quien haya optado por otro modelo. La “defensa” de la familia resulta así más bien una muestra de intolerancia, de un espíritu cerrado incapaz de entender que los tiempos han cambiado y que cada sujeto tiene derecho a realizar su proyecto personal de vida, aunque éste no sea el que a uno le parece ideal.
Pienso que es más generoso adoptar la actitud que el jefe de gobierno de Luxemburgo resumió en esta frase: “Deseo que todo individuo, heterosexual u homosexual, sea tan feliz como lo soy yo.”