Imagínese los tiempos en que la ropa no tenía color. Trate de visualizar la seda y la lana sin el menor destello de algo que las convierta en una indumentaria de orgullo. ¿Verdad que no? Por ello los pigmentos textiles -por su relación con la vanidad- han sido muy importantes en la historia social, cultural y económica de la humanidad. La empresa química más grande del mundo, la alemana BASF, se inició en 1865 con la producción y comercialización de anilinas para darle vida a las telas. Pero la historia que aquí le quiero contar es la de un colorante mexicano, cuya intensidad fue capaz de entusiasmar a la nobleza europea del siglo XVI hasta el XIX: la grana cochinilla o rojo mexicano.
Durante el virreinato, el comercio de la cochinilla mexicana fue un negocio millonario debido a la enorme demanda en Europa. Después de los metales, este tinte fue el mayor productor de divisas para la Corona española entre 1550 y 1800. La grana cochinilla, un polvo que se obtiene del cuerpo desecado de la cochinilla hembra y que contiene ácido carmínico, no era cualquier “cochinilla”, pues.
Desde tiempos prehispánicos, en lo que hoy es Oaxaca, se aprovechaba un insecto parásito del nopal para obtener un pigmento rojo cuya intensidad le permitió entonces ingresar al mundo mágico de los símbolos sagrados. Los mixtecos desarrollaron un método de crianza del insecto que aprovecharon en la industria textil, aunque Clavijero y Humboldt señalan que los orígenes del cultivo de la grana se remontan hacia el siglo X de nuestra era, durante el dominio tolteca. La grana cochinilla fue uno de los tributos que los aztecas exigían a los pueblos sometidos, como lo documenta la Matrícula de Tributos.
Bernardino de Sahagún dice de ella: “Los indígenas la llamaban nocheztli “sangre de tuna” y nos informa de su comercio en los primeros años de la colonización: “A la grana que ya está purificada y hecha en panecitos, llaman grana recia o fina; véndenla en los tianguis, hecha en panes, para que la compren los pintores y tintoreros.”
Sabemos que las ciudades mesoamericanas lucieron acabados de cal pulida y pigmento rojo. Las paredes de las tumbas, así como los huesos de los antepasados y muchas de las ofrendas enterradas también muestran este color, para teñirlos se usaron pigmentos orgánicos y minerales. Los arqueólogos han encontrado que la grana cochinilla era parte de los pigmentos orgánicos que fueron usados para vestir estas ciudades de colores vibrantes. Investigaciones recientes también han demostrado su uso en los códices.
Una vez iniciada la conquista, los españoles muy pronto supieron sacarle provecho al colorante. La Nao de China, cuando regresaba a Filipinas, llevaba plata, pero también iba cargada de ese polvo carmesí. Por el Atlántico, el colorante salía del puerto de Veracruz hacia Europa, entraba por España y desde ahí alcanzaba distintos destinos, llegaba a Rusia y hasta la misma Persia.
Como originalmente los barcos que zarpaban a las Filipinas salían del puerto de Navidad, hoy Barra de Navidad, los españoles decidieron hacer del poblado de Autlán, cercano al puerto, un centro de comercialización del tinte. Por lo que la ciudad pasó a llamarse Autlán de la Grana. (No confundir con “Autlán de Navarro”, que es el nombre del municipio, no de la cabecera municipal). Es muy probable que, con el traspaso del puerto, del que zarpaban los barcos, a Acapulco, el comercio de la grana cochinilla haya decaído.
El atractivo de la cochinilla mexicana, que entusiasmo a las industrias de seda de lujo y lana en Italia y el norte de Europa, residía en varios factores: Su color rojo intenso teñía las telas de seda y lana de tal forma que sus ricos tonos permanecían durante decenas de años, y en algunos casos, durante más de un siglo. A partir del siglo XVI, la cochinilla mexicana logró desplazar a otras variedades de cochinilla, por ejemplo, a la polaca y la proveniente de Armenia, pues además de que permitía obtener un rojo muy intenso, era mucho más económica de producir.
La expansión de la industria y la protección oficial de las autoridades españolas fue tal que se crearon los cargos denominados “jueces de grana” cuya función era la de regular, comprobar y dar fe la pureza y calidad del producto.
El “rojo mexicano” logró teñir la ropa de reyes, nobles y clero. La expresión “los más granados de la sociedad”, probablemente se deba al gusto de los nobles por vestirse de rojo, es decir, de los textiles teñidos por la grana.
Curiosamente el mayor enemigo de España, Inglaterra era el principal consumidor del tinte y para obtenerlo, sobre todo en el siglo XVIII, se valía de intermediarios franceses y holandeses. La cochinilla americana no solo se utilizó para teñir textiles, sino que también estuvo en la paleta de los grandes pintores desde el siglo XVI al XIX. Ahora los investigadores siguen su rastro en las obras de pintores tan reconocidos como Rembrandt y Van Gogh.
La decadencia de la producción vino con la aparición de tintes artificiales descubiertos en Europa a fines del siglo XIX. Ya no fue posible competir con anilinas baratas. El tinte de la “sangre de tuna” casi desapareció, aunque aún se produce en algunas zonas del norte de Oaxaca.