El Señor Tijeras tenía una extraña personalidad, pues padecía de una obsesión enfermiza por cortar y recortar todo lo que existía en su entorno. En realidad, sólo hubiera despertado el interés de la psicología, si no hubiera ingresado a la política. El Sr. Tijeras logró ser electo presidente municipal de su pueblo. Dicen quienes lo conocieron que provisto de unas enormes tijeras recorría las calles cortando las barbas de los hombres que le parecían muy largas.
Pasó a la historia, porque en muy poco tiempo logró deshacerse de una gran cantidad de cosas. Un día sacó todos los muebles de la presidencia municipal y los puso en venta de cochera. Rentó las salas del edifico y se limitó a hacer funcional sólo una oficina: la suya.
El Sr. Tijeras logró cerrar el consultorio médico del pueblo y la escuela secundaria. ¿Para qué queremos escuela secundaria, si el pueblo ya es sabio sin educación? argumentaba.
También redujo el personal de la policía municipal, sólo quedó un guardia, al que él llamaba Guardia Nacional. Seguramente le puso este nombre para mejorar su autoestima y para que el policía no entrara en depresión por la soledad que le causaba ser el último de su honroso oficio.
Un día el letrero a la entrada del pueblo, que mostraba su bello nombre, desapareció y su lugar lo ocupó uno que decía “Austeridad Republicana”.
El equipo de fútbol de “Austeridad Republicana” dejó de recibir el apoyo para jugar en la liga regional y para la compra de camisetas. Por lo que solamente estaba integrado por un portero, un defensa y un delantero. El Sr. Tijera argumentaba que no se requería más.
Igualmente disolvió la banda musical del pueblo y redujo a dos bancas los asientos de la plaza, que “porque había mucha corrupción”.
En el pueblo del Sr. Tijeras las luces se apagaban a las ocho de la noche para ahorrar y en la gasolinera se despachaba gasolina “magna” solo cada tres días por dos horas, dizque para combatir el “guachicoleo”.
A su desencadenada furia por implantar un régimen de autoridad, solo escaparon la iglesia y la fiesta patronal. Claro que la iglesia debió arreglárselas sin campana y la fiesta, sin cohetes.
Nadie sabía a ciencia cierta para qué ahorraba. Algunos decían que pretendía crear una especie de aeropuerto en un llano próximo al pueblo. La idea, según su Secretario honorario de Comunicaciones, era hacer una especie de enorme pista de aterrizaje para ovnis que propiciara un encuentro cercano del tercer tipo. Por si un día llegaban extraterrestres.
Otros afirmaban que el objetivo del ahorro era instalar un tren que pasara por “Austeridad Republicana” y trajera prosperidad. Se construyó incluso una tribuna para verlo pasar.
El único gasto que se permitió el Sr. Tijeras fue una estatua en medio de la plaza, que debería documentar el inicio del nuevo rumbo en la historia del pueblo.
El problema fue que el dinero que destinó a ello solo alcanzó para cubrir los honorarios de un escultor de muy poco oficio, y nadie pudo identificar de quién se trataba la figura. Hubo quien afirmaba que era Adán, por lo poco que traía puesto.
Pero, un día las cosas cambiaron. El Sr. Tijera pretendía cortar la única rama que quedaba del único árbol de la plaza y con un falso movimiento se dio un tijeretazo en la mano. Un dedo quedó colgando y de una arteria salía un chorro de sangre. Como en el pueblo no había consultorio médico, ni médicos ni medicinas por su programa de austeridad, el Sr. Tijeras no supo qué hacer.
Un grupo de vecinos inmediatamente sacó a toda prisa un vehículo y colocó al ahorrador alcalde en el asiento trasero. Se dice que el conductor recibió órdenes de llevarlo tan lejos como se pudiera.
Mientras en un hospital regional se trataba de pegar el dedo al Sr. Tijera, los habitantes de “Austeridad Republicana” se apoderaron de la caja municipal y volvieron todo al sitio en que se encontraba antes de la llegada del famoso alcalde.
Nadie sabe a ciencia cierta qué pasó, pero, el Sr. Tijeras ya no volvió al pueblo. Algunos aseguran que le dio un infarto cuando escuchó lo que sus gobernados habían hecho.
Reproducción de un texto encontrado en el Archivo Municipal de la Ficción Histórica.