La abogacía es un compromiso permanente con la justicia y la dignidad humana, no se trata solo ejercer una profesión, es elegir cada día la lucha por la justicia en medio de la difícil sociedad en que vivimos, combatir la desigualdad, la corrupción y la indiferencia. En un mundo donde a diario enfrentamos la violencia, la pobreza y el abandono, el derecho debe convertirse en mucho más que un conjunto de normas, siendo una espada y un escudo, y con nosotros sus guerreros.
No basta con conocer la ley, hay que comprender su espíritu. No basta con defender intereses, hay que proteger principios.
En cada contrato que elaboremos, cada acuerdo que cerremos o asamblea que redactemos siempre debemos poner el sello de la honestidad como principio, somos depositarios de la confianza de nuestros clientes y así buscar el bien de todas las partes, entendiendo que los tratos en que alguien sale perjudicado, no son negocio y al final nos lastiman a todos como sociedad; en cada juicio, en cada escrito, en cada palabra que pronunciamos ante un tribunal, debe ir la voz de quienes no tienen voz, de quienes no pueden pagar una defensa, de quienes han sido lastimados por un sistema que muchas veces parece rendirse ante el poder o la impunidad, que la verdad sea nuestro argumento más fuerte y nos de la libertad de ser profesionistas íntegros con la frente siempre en alto y el orgullo de saber mucho y hacer lo correcto.
Ser abogado exige ser fuerte y valiente, tener coraje para señalar la corrupción, aunque venga desde arriba, para denunciar la injusticia, aunque nos de miedo, nos impone la misión de estudiar siempre preparándonos a diario y no claudicar jamás en el ideal de ser personas éticas, profesionales, porque el conocimiento jurídico no es un lujo, es una responsabilidad.
Saber Derecho, nos impulsa a ser generosos, a servir a la sociedad, a la justicia, a la dignidad, al bien común, no olvidando nunca que nuestra mayor tarea no es ganar casos, ni imponer posturas contractuales, sino hacer que el derecho sea un instrumento de paz, y no de abuso, de libertad, y no de privilegio de esperanza y no de resignación.
Porque ser abogado, en el fondo, es no rendirse jamás ante la injusticia.
