Dentro las malas decisiones que ha tomado López Obrador (también ha habido buenas, como la lucha contra el huachicol), la que tiene mayor potencial de afectar al país en el largo plazo es la cancelación de la reforma educativa.
La decisión no debe caernos por sorpresa. Durante su campaña presidencial prometió en repetidas ocasiones tumbar “la mal llamada reforma educativa”. Sin embargo, hasta hace poco tiempo pensé que ésta era una postura electoral y que el cambio sería más de forma que de fondo. Ya no. El fiasco que me llevé con la cancelación del nuevo aeropuerto en Texcoco me ha orillado, para bien y para mal, a tomar lo que dice AMLO al píe de la letra en lugar de como posicionamientos políticos. Me temo que cuando los partidarios de López Obrador hablan de no dejar ni “una coma” de la reforma educativa están hablando en serio.
Me parece bien que, como lo ha declarado el Secretario de Educación, Esteban Moctezuma, las evaluaciones docentes sean diagnósticas y que su objetivo sea identificar las áreas de oportunidad de los maestros y así capacitarlos para mejorar su desempeño. Pero es indispensable que en algún momento las evaluaciones tengan consecuencias. Si no mejora el desempeño de un maestro después de determinado tiempo, entonces tiene que existir la posibilidad de darlo de baja. De lo contrario, maestros sin capacidad de enseñar ni de mejorar estarán a cargo de educar a nuestros hijos. De lo que entiendo de la nueva reforma de AMLO, no existirá esta posibilidad.
La nueva reforma contempla otros cambios preocupantes, tales como la desaparición del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, un organismo autónomo cuya función es fundamental para mejorar la educación. También se habla de la creación de 100 nuevas universidades sin especificar cómo se garantizará su calidad académica. Tampoco está claro cómo se asignarán las plazas docentes y administrativas en el nuevo esquema e incluso se habla de identificar a los maestros despedidos en el gobierno anterior para reinstalarlos.
Por supuesto que la reforma educativa de Peña no fue perfecta. Su principal defecto fue la manera en que se implementó. Pero la esencia era la correcta: buscaba mejorar la calidad de la educación mediante mejores maestros y un plan de estudios más ad-hoc al siglo XXI. Se avanzó mucho en arrebatarle el control de la educación al sindicato y sus facciones. Es injustificado calificarla, como lo hizo el equipo de AMLO, de “fracaso” y sostener que de seguir en ese camino se generaría un “daño
irreparable”.
Al contrario. Como vuelve a ser evidente con los disturbios de la CNTE en Michoacán, envalentonar a estos grupos es peligroso. Espero que López Obrador sepa pintar su raya ante los distintos grupos de choque del magisterio. La reforma educativa iba por buen camino. Lo que se tiene que hacer es mejorarla, no aniquilarla.
El asesinato de la reforma educativa
- Apuntes financieros
-
-
Julio Serrano Espinosa
Ciudad de México /