No creo ser un reaccionario al decir que si de transformación urbana hablamos, eso que suele llamarse modernización se ha vuelto sinónimo de arrasamiento, o poco menos. No es que sea un integrista, un talibán de la preservación de edificios o algo parecido. El mundo no puede ser un museo. Es evidente que las ciudades, y desde luego las economías, necesitan de obras nuevas, que la piel de las urbes tiene que mudar, que los arquitectos –y en México, sí, los tenemos muy buenos– deben tener espacios propicios para desarrollar sus locuras. Ni modo: habitar también es demoler. Pero, dicho en una frase, nos hemos pasado de lanzas. O, para decirlo con propiedad, los constructores se han pasado de lanzas. Nos han robado la memoria y ha masificado la fealdad.
Pienso en esto mientras paseo por el distrito de Lafayette, en Guadalajara, casi mi segunda casa mexicana, la ciudad donde, como todos los años desde hace mucho, paso la semana de la FIL y algunas otras. Esta vez disfruto de la hospitalidad de Rafael Micha y Carlos Couturier, dos de los socios de un hotel discreto y lleno de clase, Casa Fayette, y constato, mientras hablo en el desayuno con Rafael, lo que ya sabía a medias: que a buena parte de la arquitectura de la zona la han hecho literalmente polvo.En las cinco colonias que conforman este distrito brotan edificios enormes y normalmente nacos en donde antes había casas de esas que por suerte todavía se ven, casas viejas, con pátina, algunas efectivamente muy deterioradas, pero dignas de una restauración como la que los dueños de Casa Fayette le dieron a la que sirve como bienvenida a estemuy recomendable hotel.
En efecto, hay maneras de hacer negocios distintas a la depredación especulativa. En la colonia Roma, la muy chilanga colonia Roma, por ejemplo, la devastación ha sido menos intensaque en la vecina Condesa y sobre todo que en Polanco, donde la especulación ha causado una verdadera carnicería cultural. De vuelta a Guadalajara, en Lafayette hay impulsos empresariales positivos que parecen contrarrestar con eficacia la ceguera crueldel capitalismo basura. Igual que el equipo Micha-Couturier, Iván Cordero, del vecino hotel Demetria, se ha empeñado en conservar el entorno, en llamar la atención sobre el patrimonio arquitectónico de la zona y demostrar que por otra vía –la del negocio más modesto pero con onda, digamos la galería, el buen restaurante, la tienda de diseño, el bar, el café– es posible que una zona florezca económicamente y ofrezca calidad de vida.
Porque no, progres del mundo, no se me aceleren: no todo el capitalismo es basura. Vengan y compruébenlo.