Cultura

El misterio de La Habana

  • Malos modos
  • El misterio de La Habana
  • Julio Patán

La Habana se cae a pedazos. Salvo un par de barrios estandarizables con el mundo desarrollado o con las zonas privilegiadas de los países más pobretones, el grado de deterioro de la ciudad es impresionante en todos los rincones: basura que se acumula por cerros, edificios clásicos o con pinta soviética que se retuercen en óxido y sin ventanas porque la venta de vidrio está rigurosamente prohibida por el Estado, ratas y mierda humana en un rincón de El Morro que es nada menos que Patrimonio de la Humanidad, e incluso sorpresas como que un edificio de Miramar con una vista hermosísima del Malecón, un edificio donde vivieron personajes como Alberto Korda (el fotógrafo entre otras de LA foto del Che y en sus días íntimo del Comandante en Jefe, si tal cosa era posible), o sea un departamento para clases medias altas por lo menos y por el que hoy los foráneos ofrecen hasta un cuarto de millón de dólares, puede mostrar un alto grado de desgaste en los muros y ventanas. La revolución logró emparejar las cosas, en efecto.

El deterioro también es humano. No es fácil enfrentar cotidianamente, minuto a minuto, la verborrea invasiva de casi todos los cubanos, una verborrea que imposta una cierta espontaneidad caribeña, o que tal vez se alimenta de ella, para ofrecer lo que sea a cambio de casi lo que sea: “chicas”, porque la prostitución no cede como industria nacional, como no cede la trata de menores, o tabaco, o rumba que no es más que un horrible amplificador en una calle ruinosa, o llevarte a un paladar con la mejor comida cubana, o acompañarte a Varadero, o... Eso también es parejo: todos salvo una élite reducidísima participan de la forma menos pudorosa de la depredación, esa que nace de la desesperación como forma de vida. El hombre nuevo, el de la sociedad sin clases, es un modelo de egoísmo, de negación de la solidaridad más elemental.

Tampoco son fáciles los precios y el desabasto. En un país que importa literalmente hasta el azúcar, incapaz de producir lo que sea, ya sin el petróleo chavista, todo cuesta una fortuna, más aún cuando el Estado controla la compra y distribución de todo, al menos en términos de la ley.

Y sin embargo, en efecto, La Habana, misteriosamente, conserva ese encanto que le atribuye cada autor que ha escrito sobre ella.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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