En estos momentos, cuando lo peor está por venir, cuando es inminente la llegada de las horas más oscuras, me parece que deberíamos estar hablando de muy pocas cosas:
—De cómo ayudar a los trabajadores del sector salud (enfermeras, médicos, camilleros, laboratoristas), para que puedan laborar sin carencias, muy bien protegidos, y en óptimas condiciones, a fin de que no padezcan lo que ha sucedido en Estados Unidos, España e Italia, donde los hospitales colapsan cotidianamente a causa de la pandemia del covid-19.
Esa gente será nuestro incansable frente de batalla, verdaderos héroes de nuestros días, que arriesgarán sus vidas cada jornada (y la de sus familiares al volver a casa), así que es menester arroparlos con todo lo que requieran. Esa debe ser, hoy, la mayor prioridad del Estado y la sociedad: ayudarlos sin escatimarles nada, conseguirles los mejores tapabocas, guantes, lentes, caretas, trajes aislantes, ventiladores mecánicos, camas, pruebas, medicamentos, comidas, bebidas y suplentes para que descansen. Nada les debe faltar en ningún municipio, en ninguna entidad. Si carecen de algo, habrá sido una negligencia imperdonable que habrá que deslindar.
—Deberíamos hablar de cómo proceder si hubiera miles de muertos, para evitar escenas como las de Ecuador: el coronavirus ya está creciendo aquí, desde el sábado, a un ritmo de más de 200 casos por día, y las muertes aumentan dos dígitos cada jornada.
Pero no, seguimos hablando de los deslices verbales del Presidente. Sí, varias veces Andrés Manuel López Obrador ha dejado mucho que desear durante estas semanas. De pronto parece líder de un partido, de una secta, de una barra brava, escasas veces un jefe de Estado. ¿Dónde está su liderazgo, su sobriedad, su ejemplo para que todos, o la gran mayoría, se identifiquen con él, se sientan representados por él, orgullosos de él?
De esta crisis pudo haber salido como estadista (pienso en Angela Merkel), con una aprobación incluso más grande de la que tuvo después de los comicios de 2018, pero en lugar de eso, por obra y gracia de su anillo y su dedo (sus insensateces semánticas y sus provocadores actos mañaneros ante un zoológico de focas aplaudidoras), su desaprobación ya es mayor que su aprobación: 51 por ciento contra 49 por ciento (Consulta Mitofsky), cuando en diciembre tenía 60 por ciento a su favor y apenas 40 por ciento que lo desaprobaba.
Ayer López Obrador citaba a Roosevelt en la Gran Depresión pero Andrés Manuel actuaba como el peor Trump y acaparaba 40 de 52 minutos… para hablar de la 4T y no del coronavirus. El terco y rijoso Andrés Manuel es el líder de la oposición conservadora contra el humanista presidente López Obrador, que, opacado, sometido, apenas asoma por ahí, con algunos esbozos, unas cuantas pinceladas de estatura política. Un día sí y otro también, Andrés Manuel boicotea, zarandea, vilipendia sin piedad al Presidente.
Yo voté por él (López Obrador) porque me sentía asqueado ante la insolencia y la corrupción del PRI, estaba harto de la trivialidad (Fox) y bravuconadas del PAN (Calderón), pero hoy, ni cómo ayudarle. No hay manera. Se ha vuelto indefendible. O nadie le dice nada en su círculo cercano, no lo orientan o no les hace caso.
En fin. Ni hablar. Ocupémonos mejor de ayudar a la gente del sector salud…
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