Todos ellos, todas ellas, tienen un nombre; quizá voltean al escuchar su sobrenombre o su apodo.
Es lo único que entienden a su edad. Son niñas y niños que al lado de sus padres u otros familiares -si no es que fueron raptados para maldita sea la cosa- tuvieron que abandonar su casa, su barrio, su pueblo, ciudad y país.
Lo injusto de la vida los arrancó de su infancia sin poder arraigarse en sus lugares de origen. Recorren miles de kilómetros.
Son expuestos a los riesgos y peligros menos imaginables. Pero no entienden nada a su edad. La cara más trágica y triste de la migración podría ser esa.
El lado injusto y terrible de la vida los despojó de la etapa probablemente más necesaria de un entorno de amor, y con amor me refiero a los derechos fundamentales de la niñez en todo el mundo.
Esas niñas y esos niños transitan desnudos, desprovistos de lo elemental en esa etapa que la especie humana pasa y atraviesa para arribar a la siguiente y después a la otra y así, con el tiempo, convertirse en adultos, y avanzar a más edad con un destino que siempre será presente y nunca futuro porque éste se forja en el día a día.
Según datos, en 2018 una primera caravana migrante pisó suelo mexicano y en ella más de dos mil 300 niñas y niños.
El éxodo de migrantes es imparable, y lo es en Latinoamérica y lo es en muchas partes del mundo. No veo solución viable a corto plazo, sino más bien un recrudecimiento hasta inhumano de llegar Trump a la Casa Blanca.
Pero, ¿qué culpa tiene la niñez de Centroamérica y de otras naciones de nuestro continente y de países de África y Asia de verse arrastrada ante ese lado injusto y tristísimo de la vida, de su vida?
¿Es responsabilidad de sus padres? ¿De los gobiernos? ¿Por qué ir a los Estados Unidos? Porque ni las niñas ni los niños comprenden su situación, no saben de sus derechos.
No viven como hemos vivido quienes estuvimos ajenos a esas experiencias, sus vidas son excluidas, relegadas a sobrevivir de día y de noche, con frío o calor, con lluvia o bajo la luna, padeciendo desnutrición, hambre, sed, enfermedades, el infortunio de haber nacido en medio de un mundo lleno de desigualdades, egoísmo, intolerante, deshonesto, racista, discriminador, de explotación y maltrato de los débiles.
Desplazados, expulsados, vejados…
La Coordinación General de Bibliotecas Públicas Municipales de Torreón, del Instituto Municipal de Cultura y Educación (IMCE), en una iniciativa de su personal, acudirá al Centro de Día (Casa del Migrante “Jesús Torres”) para buscar que niñas y niños en esa condición, al menos durante los días lunes 12, martes 13 y miércoles 14 de febrero (la semana entrante) vean, escuchen y se lleven en su corazón un momento diferente, se sepan atendidos, abrazados, apoyados, rían, jueguen, se diviertan, escuchen historias infantiles que les puedan cautivar y sepan de que aquí pudimos ser fraternos, solidarios, y en ese espacio reciban cariño, disfruten en su candidez e inocencia de minutos de esparcimiento, dignidad y amor.
Allí estarán Mariana Pérez, Lili Chavarría, Argentina de los Reyes, Karla Ríos, Yunhuen Salcedo, Dora Miriam Moreno, Gloria Carmona, Adriana Lozoya, María Jiménez y Marcela Durán, quienes se encargan de las bibliotecas José García de Letona, Sor Juana Inés de la Cruz, Benito Juárez, Salvador Novo, Manuel José Othón, José R. Mijares, Beatriz González de Montemayor, Enriqueta Ochoa, Fernando H. Mireles y Efraín González Luna.