No dudo, ni tantito, que el espionaje siga vigente en México –como en el mundo entero-.
Tal ha sido llevado a cabo por gobiernos y empresas, es decir, los poderes de los poderes mundanos.
Caer en esa tentación para ambos sectores, y en muchos casos en las relaciones personales y de pareja, es común.
Ese ejercicio lo sabemos por investigaciones políticas y empresariales, policíacas, periodísticas; o por amistades, libros y películas.
Palabras como chisme y grilla complementan el tinglado.
El tema marcó porque esta semana se difundió, sin faltar el morbo, que la Secretaría de la Defensa Nacional (SeDeNa) fue descubierta que espía o espiaba a periodistas y defensores de derechos humanos.
Las críticas no esperaron y se enderezaron contra el ejército y el gobierno federal.
El presidente López Obrador salió al frente en La mañanera del martes 4 de octubre, y le dedicó largos minutos al asunto para explicar, recordar y ejemplificar verdaderos casos de espionaje en México, teniendo que hablar en primera persona y con la muestra de documentos.
Lo que reconoció es que sí hay trabajo de inteligencia militar –como en todos los países- por seguridad nacional, y hoy en relación a los cárteles y grupos del crimen organizado. Reiteró que su gobierno no espía a nadie, y menos a periodistas harto predecibles.
E insistió en que aquellas personas que vean por los pobres, que pugnen por un cambio en los cuatro costados de la situación social y que profesen ideas de justicia seguirán siendo llamadas, por los nostálgicos del pasado reciente, o comunistas o populistas o ahora mismo neocomunistas.
Ya veremos qué efectos tuvo o tiene este round (asalto) para AMLO en una próxima encuesta.
Recomiendo, a quienes se interesen en saber un poco de los entretelones del espionaje, que salpica a nuestro país y que puso al descubierto a un conocido académico e intelectual mexicano, el libro Cassidy’s run. The secret spy war over nerve gas (Random House, 2000) de David Wise.
Pero no hay que ir tan lejos. Aquí en la Laguna, en Torreón, también se cuecen habas.
Se espía a periodistas, hay lupa a líderes sindicales no oficialistas, a opositores a gobiernos municipales y estatales.
Se les tacha de opositores, disidentes o cuando menos de renegados sociales.
Recuerdo cuando un ex empleado, al parecer encargado de espiar y de profesión ingeniero, de la empresa Peñoles, dejó por ahí un reporte en el que anotaba como “comunistas” a los periodistas que cubríamos manifestaciones o plantones en protesta por la contaminación de la metalúrgica allá en los años 80 e inicios de los 90.
En lo personal, alguna vez fui convocado por quienes dirigieron la UANE (plantel de la avenida Morelos), acusándome de comunista por comentar el libro de Elena Poniatowska (La noche de Tlatelolco), cuando su lectura la marcaba la propia institución en el programa de la materia que impartía.
Me pidieron que renunciara a la clase. (Luego supe que la hija de uno de los directivos era alumna en el salón, espiaba o chismeaba y profesaba una religión equis).
Otra joven mujer, haciéndose pasar como reportera, vino a Torreón (1988) para cubrir la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas en la Laguna rumbo a la presidencia y en realidad era agente de Gobernación.
O en tiempos no tan lejanos, algunos colegas servían al gobierno estatal poniendo sus teléfonos abiertos y enlazados en tiempo real -en ruedas de prensa o visitas de opositores- a determinadas oficinas de seguimiento y análisis político tanto en Torreón como en Saltillo.
Al final, con leyes o sin leyes, el espionaje de alto nivel o de chismorreo, es parte del desayuno, comida y cena en México.
Y una flagrante violación de un derecho humano, como es la privacidad de cada individuo.