¿La política solo sirve para despertar las peores reacciones humanas?
Parece ser que así es a partir de lo que uno lee, escucha y ve.
Y parece ser, también, que un tío mío -hace muchos años- fue atinado cuando me preguntó qué iba yo a estudiar después del bachillerato, al contestarle que periodismo, casi textual me dijo:
“¡Nooo! ¿Para qué eso? Tú dedícate a ser feliz sin saber noticias ni de que pasó esto o lo otro. Eso no sirve de nada”.
Ese tío trabajó, claro, pero su vida, con los infaltables sinsabores, estuvo marcada por la alegría, risas, era una delicia escuchar historias que inventaba en el momento, hacía chistes de todo, iba al cine, bailaba, silbaba, tenía unas ocurrencias inimaginables que uno se privaba de la risa, comía y bebía lo necesario.
Fue un buen hijo, buen esposo, buen padre, excelente abuelo, buen hermano de mi mamá, buen tío, buen ciudadano, una persona responsable. Vivió 90 años. Supo alcanzar y darle un bienestar a su familia.
Gozó todo y no leyó un periódico ni veía noticiarios de televisión ni de radio, y quizá tampoco un solo libro.
¿A qué viene esto? A comentar que probablemente tuvo razón.
Que la política, tanto la real como la que los teledramas nos lanza, sí altera, preocupa, enferma, provoca las peores reacciones y actitudes, es un juego perverso de palabras, que lastima y hiere, que ensalza y destruye inescrupulosamente, que es una simulación aplastante, genera reproches, es cínica.
Pero, ¿es eso la política o eso es la persona, el ser humano que incursiona en la política, en los partidos políticos, en la esfera gubernamental, en los sindicatos, en la alta burocracia de toda institución pública y privada, en las cúpulas, en el periodismo?
A ese torrente de actitudes y expresiones, de diarias críticas sin sustento y sin argumentos válidos, que señalan al de enfrente, al que no nos cae bien, le agrego lo que se (mal)escribe y envía por whatsapp para soltar una andanada de descalificaciones contra quien o contra quienes no son de su agrado.
Olvidémonos del lenguaje, al final las palabras se toman o se dejan, sino lo que comunican: un profundo desprecio y un resentimiento en sus corazones. ¿Serán felices?
La cargada, ahora, a favor o en contra de las dos candidatas (que ya lo son) presidenciales del multipartidismo (confuso, extraviado, corrupto), Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez, está encima. Claudia y Xóchitl serán los nombres más mentados hasta que una de ellas levante la mano la noche del domingo 2 de junio en 2024 porque fue elegida presidenta de este país necesariamente femenino y obcecadamente machista.
Las plumas y voces, como parte del engranaje del poder político y económico, esgrimirán sus sesudas reflexiones desde estrategia golpistas y “al mejor postor”.
El periodismo, pues, protagonizará y se encargará de llevar al extremo sus fobias contra lo que no acepta porque es contrario a sus intereses, harán de un capítulo histórico como es la elección presidencial -y general- un verdadero festín, olvidarán brindarnos cobertura y análisis con enfoque de género, alejados del respeto a sus derechos humanos y victimizando a las mujeres en escenarios públicos.
Esperemos que surja un espíritu democrático, que haya equidad y respeto a ambas mujeres y coadyuven a que en México aireen nuevos aires y la esperanza se convierta en realidad, aún para quienes no ganen en las urnas.