El saltillense Jesús Ociel Baena Saucedo, primera persona no binaria en desempeñarse como magistrado electoral en América Latina, murió y su deceso, al parecer en forma violenta, provocó reacciones en varias ciudades del país en manifestaciones que exigen el esclarecimiento del hecho, un asesinato más en nuestro país, así como una justicia penal que, sabemos, tardará en llegar.
El tema no es menor. Independientemente de la personalidad que Jesús Ociel asumió convencido de sí y porque todo ser humano tiene derecho a vivir de acuerdo a su voluntad y filosofía propia, como sociedad no vemos la esencia de los otros, transcurrimos en la superficie de la predominancia convencional, de lo que nos imponen o autoimponemos.
Es cuando vemos sin ver, cuando juzgamos a priori, cuando nos reducimos a creer solo en la paridad femenina-masculina, machismo-mujerismo, felicidad-tristeza, riqueza-pobreza, educación-ignorancia, arrogancia-sumisión, prepotencia-humildad, vida-muerte.
¿No hay mediación? Todo es discrepar, sentenciar, especular, restar. Los ritos impuestos nos siguen aquí, allá y más allá. Somos una sociedad enmascarada, que magnifica lo trivial para corresponder al morbo inyectado.
A diario, también, observo esta misma actitud en el ejercicio de la política, o de lo que nos han hecho creer que es la política, la política gubernamental en sus tres órdenes, la política partidista, la política económica, la política empresarial, la política social -que mantiene su hegemonía sexista, racista y discriminatoria-, la política educativa, la política deportiva, la política financiera, la añeja política que se renueva para continuar manipulando y regodea y se contonea sobre plataformas para deambular con un chicle en la boca y largas uñas.
Muchísima falta hace dialogar, ponernos a platicar entre todos, en los parques y paseos públicos, en las esquinas, en los camiones de pasajeros, en las oficinas y universidades, en las iglesias, en los sindicatos, en las bibliotecas, en donde nos demos la oportunidad de hablar, de entablar una comunicación humana verbal, directa, más allá de las redes sociales, de los mensajes de ida y vuelta por whatsapp.
Sin darnos cuenta, estamos atrapados en esa maraña que, si bien permite palabras y acciones de bondad y nobleza, nos endilga hasta lo indigno.
La normalización de lo indebido, de lo inconfesable, de la parcialidad aplastante, nos llena los ojos, los oídos, las manos, nos alcanzamos a interpretar en su dimensión humana la muerte de Jesús Ociel, los feminicidios, los homicidios, los crímenes de guerra de Israel en Gaza, en Palestina, en el Oriente Medio, el adueñamiento de territorios ajenos por los judíos, los discursos de Biden y Trump y la torva derecha gringa.
Y, aquí, a fuerza de ser ciegos, dejamos de ver a los de enfrente y al lado, los que nos rodean y nos estructura como Torreón, como Laguna, como México, como América Latina.
No es tarde para pensar con un sentido lógico y evolutivo, una virtud olvidada en esta colectividad segregada. Liberémonos.