En México a los periodistas les fascina ser noticia. No se contentan con trabajarla, encontrarla, difundirla, si ellos o ellas pueden ser la noticia, mejor. Cierto que en zonas del país la situación para ejercer ese oficio es más que difícil, sobre todo si se tocan temas del crimen organizado. La libertad de expresión en algunos estados es práctica desconocida en los medios de comunicación, pero podemos decir que en general —por lo menos en la mal llamada prensa nacional— se ejerce la libertad sin cortapisas.
Siempre supe que el periodismo era un ejercicio de riesgo. Todavía a mi generación le tocó atestiguar batallas para conquistar la libertad en varios lados del mundo y en México también. Crecimos leyendo a los grandes gurúes del periodismo en sus testimonios de sortear amenazas reales, espionaje, chantajes, golpizas, acosos de diversa índole que les hacían la vida imposible para que renunciaran al oficio que ejercían. Hoy, quienes están en los medios crecieron con esa escuela, saben que se sufría y que se luchaba, a algunos les tocó ser parte de grupos que conquistaron con tesón la libertad.
Ahora tienen una libertad que antes era inimaginable. Por eso me llama la atención que a cualquier acción contra un periodista se le tache de ataque a la libertad de expresión. Lo menciono por la alharaca que se hizo por las demandas que recibieron Sergio Aguayo y Carmen Aristegui. Creo que en el caso de Aguayo todos compartimos que Humberto Moreira es un corruptazo, un hombre ruin que no tiene honor que defender. También comparto que Aguayo es un académico serio y juicioso. No sé bien qué haya dicho de Moreira, pero no creo que sea algo diferente a lo que comentamos todos. Sin embargo hasta Moreira tiene derecho a defenderse y demandar en los tribunales. Habrá que estar pendientes de las resoluciones del juicio, pero el hecho de hacer públicas tus opiniones no te vuelve intocable. Lo mismo sucede con Carmen y quien fuera su empleador recurrente: Joaquín Vargas. En el libro de la investigación de la famosa casa blanca, el prólogo firmado por la periodista señala algunas deficiencias morales que tiene, a juicio de ella, el señor Vargas. Éste la demandó y solicita que se retire el prólogo del libro. ¿Ganará el juicio? Quién sabe, pero ese tipo de demandas suceden en cualquier país civilizado y democrático, y le suceden a cualquier buen periodista. Salvo aquí, que resulta que periodistas y opinadores son intocables.
En una especie de movimiento de protección, hace tiempo que se perdió esa sana costumbre de debatir públicamente entre opinadores. En Proceso y La Jornada se daban pleitos memorables (Paz contra casi todos, Monsiváis, Aguilar Camín, Krauze, Fuentes, Benítez...), escaramuzas de inteligencia y talento hasta para insultar. Ahora ya nadie se dice nada. Está mal visto por la corrección política. Ahora todos son solidarios con todos, aunque en el fondo se detesten. Criticar a algún opinador está penadísimo por esa inquisición que son los grupúsculos de bien pensantes encaramados en el poder mediático. Claro, todos le entran contra "el mesiánico" de López Obrador, "la vendida" Televisa, "el espurio" Calderón, "el pusilánime" de Peña y el idiota clínico de Fox. Ahí sí, todos muy felices, pero a ellos no se les puede tocar con el pétalo de una declaración y mucho menos con una demanda. Ya ni siquiera el riesgo del debate quieren correr.
En democracia no hay intocables. Todo acto de libertad genera reacciones, solo el autoritarismo controla las reacciones porque suprime la libertad.
Twitter: @juanizavala