El triste empate logrado por Santos en Mazatlán sabe a tristeza, a empobrecimiento, a decepción.
Imposible ver algo agradable lo cual de ser así, es sinónimo de mucha pequeñez.
El que vea el punto logrado como obra importante, por más buen voluntad que pretenda mostrar, lo que exhibe es un optimismo mal concebido; es un aliento ante un moribundo.
No se trata de pensar en positivo por postura angelical.
El asunto es más serio porque la actuación santista fue deplorable, empática con el mal actuar.
No importa que el recién llegado haya anotado; eso es lo de menos porque aunque estaba atento, solo la empujó. No es motivo de festejo la pobre unidad lograda aunque haya evitado la posible octava derrota seguida.
Por favor; se requiere seriedad y no campanas al vuelo de cualquier cielo.
La situación es más seria si se tiene la inteligencia y la buena voluntad para reubicar lo que Santos es y significa.
Si la organización se pone contenta por el pobre punto, ya la queremos ver si logra vencer a Cruz Azul.
Ahí está el verdadero parámetro y no necesariamente para valorar la mejora. Este equipo está armado para hundirse, no para destacar.
Este equipo juega a nada, no juega futbol. Ahí está el centro neurálgico no en un punto logrado.
Imposible entrar en razón cuando no existe un verdadero avance haciendo lo mismo con los mismos.
El que pretenda ver esto como versión negativa después de seis derrotas seguidas, tendrá su razón pero el punto sirve de nada, ni para alentar el entusiasmo que se observa muy flaco.
El mal del torneo ya está hecho. Mazatlán no es referente de una mejora.