A año y medio de los comicios, la sucesión gubernamental en Coahuila se ha calentado, por lo menos al interior del PRI, con la postura de rebeldía del diputado federal Jericó Abramo Masso, que ya declaró abierta y retadoramente que quiere ser gobernador.
Las aspiraciones del exalcalde de la capital del Estado y tres veces diputado federal son enteramente legítimas, pero su comportamiento actual no corresponde o encaja en las reglas no escritas del Revolucionario Institucional.
El rebelde legislador conoce bien esas reglas, bajo las cuales se ha beneficiado en múltiples ocasiones.
Él argumenta que ha “subido por las escaleras”, es decir, que no la ha tenido fácil, en clara alusión al también exalcalde de Saltillo, Manolo Jiménez, hoy flamante secretario de Inclusión y Desarrollo Social del Estado, cargo que le permite recorrer la entidad a todo lo largo y ancho. Exactamente como lo hacía hace seis años, ostentando el mismo cargo, el hoy gobernador, Miguel Ángel Riquelme Solís.
En aquel entonces al que no le gustó la definición priista fue al entonces secretario de Desarrollo Rural, Noé Garza Flores, que finalmente renunció al PRI y se fue a buscar mejor suerte a Nuevo León. Y no pasó nada.
Más allá de que si Manolo Jiménez tiene o no los méritos suficientes para ser considerado su abanderado en las próximas elecciones de gobernador, el joven político, que realizó una bien calificada labor al frente del ayuntamiento saltillense, de acuerdo con empresas especialistas, está recibiendo el apoyo de la estructura partidista en todo el Estado, incluidos, alcaldes, dirigentes y diputados locales y federales. Se demostró el pasado fin de semana en La Laguna.
Jericó Abramo tomó con seriedad su papel como coordinador de los diputados de su partido por Coahuila, sin embargo, ya sintió el “frío” de los mismos, entre los cuales se cuenta al mismo dirigente estatal priista, Rodrigo Fuentes Ávila.
Y es de esperarse que aunque libre de Covid-19, el diputado federal rebelde se vea cada vez inmerso en un mayor aislamiento.
Falta un año para que el PRI defina formalmente a su candidato, y pueden pasar muchas cosas en este lapso.
Lo que deberán cuidar los dirigentes del tricolor es que si en el proceso ocurren escisiones o desprendimientos, éstos resulten sin mayor trascendencia.
