La aportación del Arsenal en la evolución del juego es un documento que se ha escrito con el paso del tiempo. Pocos clubes enseñaron tanto, pero ganaron tan poco en los últimos cien años; su grandeza es otra. No se mide por el número de títulos, sino por su empeño para ir contracorriente: logró dominar el tiempo haciendo del modernismo su principal tradición. Al progresista Arsenal que jugó 93 años en Highbury, un estadio Art Deco, le debemos la numeración en las camisetas, la luz artificial en los estadios, el balón de color blanco para distinguirlo en el campo, el marcador luminoso, el sonido local, la profesionalización de la cantera y la táctica en el juego: fue el primer cuadro que abandonó el 1-2-3-5, para desplegar el 1-3-4-3, evadiendo la novedosa regla del fuera de lugar; podemos decir que el Arsenal también inventó el medio campo. A pesar de la enorme influencia que los
Gunnershan tenido en el espectáculo, son prisioneros de la estadística. Los tesoreros del resultado les recuerdan cada temporada, que son el único Club grande en Europa sin una Copa de Campeones. Wenger era la última reserva protegida del futbol mundial, conservaba el estilo, las costumbres y los principios modernistas de su organización. En 22 años, nadie interfirió con las ideas del entrenador, ni interrumpió su trabajo, era el límite de la continuidad. Un concepto defendido por muchos como la única fórmula del éxito, que sin embargo, no alcanzó la cantidad y calidad de títulos que se supone deberían llegar manteniendo un proceso tan perfecto. Wenger refundó la Premier con un estilo a ras de pasto, logró que el futbol británico, considerado la mayor fuerza aérea de la historia, pusiera los pies sobre la tierra. Su marcha, es un testamento.