En un hecho insólito, el pentacampeón del mundo ha elegido un entrenador nacido en la escuela de un tetracampeón: Brasil tendrá un director técnico italiano, una osadía que demuestra la humildad y la enorme capacidad de reflexión del futbol brasileño para recomponer el camino de su selección nacional eliminada en cuartos de final de Alemania 2006, eliminada en cuartos de final de Sudáfrica 2010, eliminada en semifinales de Brasil 2014, eliminada en cuartos de final de Rusia 2018 y eliminada en cuartos de final de Qatar 2022.
El mayor productor de futbolistas en la historia acumula dos décadas de derrotas. Que Ancelotti dirija a Brasil es como si Zagallo hubiera dirigido a Argentina, Menotti a Inglaterra, Bobby Robson a Alemania y Franz Beckenbauer a Italia.
La decisión explica la grandeza de Ancelotti como entrenador y la pobreza de la escuela brasileña de entrenadores: Brasil, cuna de extraordinarios jugadores, jamás ha tenido un técnico estelar.
Salvo el presidente Lula da Silva, que con un conveniente discurso nacionalista declaró oponerse a que el Scratch sea dirigido por un italiano, nadie parece rasgarse las vestiduras en el único país del planeta donde el futbol es considerado un patrimonio nacional, una religión y un motor económico fundamental.
La realidad es que la mayoría de las grandes estrellas brasileñas han sido descubiertas por técnicos brasileños, pero son entrenados, preparados y formados por técnicos europeos en diferentes Ligas. Sin perder su esencia, el futbolista brasileño de nuestra época está más apegado y acostumbrado al ritmo europeo.
Ganador de cuatro Champions League, un dato demoledor, Ancelotti no es visto como el técnico ideal para la destartalada selección italiana, cosa curiosa, pero sí para la brasileña, que ha encontrado la única opción posible en el mercado de selecciones nacionales: un técnico grande, para una selección gigante.