Valiente, el Real Madrid arrancó la temporada luchando contra la UEFA, la FIFA y el mercado. En menos de un mes se enfrentó al mundo que domina el juego, pensando que su historia era un aval para revolucionar la industria. Se plantó en todos los frentes defendiendo la Superliga, fue abandonado por los principales clubes, amenazado por los organismos centrales, exhibido en la prensa, despreciado por los dueños del PSG y al mismo tiempo invertía una buena parte de su presupuesto en la remodelación del Bernabéu.
No había señales que garantizaran una campaña amigable, al Madrid le habían crecido los enemigos, los rivales y los problemas. Como ha sucedido a lo largo de su vida, un sector del juego se relamía los bigotes, esperando verlo en desgracia. Todo hacía suponer que con tantos frentes abiertos, la institución más emblemática del futbol empezaría una espectacular caída libre.
Pero algo sucede con este viejo equipo al que respalda una legendaria noción de unidad; cuando peor están las cosas, mejor se representa: el Madrid es una de esas organizaciones que responden ante el peligro. Líder en la Liga española y librando el partido más duro de su torneo favorito, la Champions, salió del pantano sin manchar sus vestiduras. Venció al Inter, confirmó la solidez de su plantilla y avanzó en el campeonato nacional haciendo lo que mejor sabe: producir estrellas.
Encabezados por Benzema, apoyados por Courtois y guiados por Modric, los jóvenes Vinicius, Camavinga y Rodrygo, encarnan aquella estrofa de su himno que dice: “veteranos y noveles miran siempre tus laureles con respeto y emoción”. Escrito en 1952, la letra de esa marcha continúa vigente porque sus futbolistas, sin importar quién llegue, se la saben de memoria. Cuando un equipo de futbol vuelva a plantearse cantar su forma de entender la vida, lo primero que debería pensar es: si es capaz de cumplirla al pie de la letra.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo