El Instituto Mexicano de la Televisión, al que llamaban Imevisión, antes Canal 13, y previo de su desincorporación del Estado, Red Nacional 13 y Red Nacional 7, para convertirse en Tv Azteca, transmitió y produjo junto a los entusiastas organizadores, los hermanos José y Julián Abed, el Gran Premio de México entre 1986 y 1992.
Durante 16 años, la F1 se alejó de nuestro país abandonando el legendario Autódromo de la Magdalena Mixhuca en 1970, volviendo su pista, posteriormente llamada Hermanos Rodríguez, un circuito de arrancones clandestinos al que le creció la hierba y se le resquebrajó el asfalto. Con la visión de aquellos empresarios, el apoyo del Departamento del Distrito Federal y el talento de ingenieros, productores, camarógrafos, realizadores y comentaristas, México garantizó a la F1 condiciones ideales para volver.
Berger con Benetton; Mansell y Patrese con Williams; Prost con McLaren y Ferrari, y Senna con McLaren, dominaron la segunda etapa de nuestro Gran Premio, considerado, como ahora, uno de los más emocionantes.
La gran diferencia entre esa época y la actual era la estremecedora curva peraltada: un recodo trazado por los dioses de la gravedad. En aquel rincón del Autódromo donde murió Ricardo Rodríguez, la gente contenía la respiración, las marchas crujían, los motores aullaban, las llantas rechinaban y los valientes apretaban el acelerador.
La “peraltada” llegó a ser un símbolo del audaz y arrojado deporte mexicano, que daba honor y solemnidad a su Gran Premio: en esos tiempos teníamos a Valenzuela, Hugo Sánchez, JC Chávez y a nuestra peligrosa “peraltada”, que enchinaba la piel de los pilotos y ponía los pelos de punta a los constructores.
Nigel Mansell la sometió adelantando por arriba a Berger faltando una vuelta para terminar la carrera de 1990, en uno de los mejores rebases en la historia del automovilismo. Años después, en 2015, la “peraltada” también murió.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo