Los Juegos Olímpicos de Sídney 2000 y Atenas 2004 contribuyeron de forma decisiva en el ánimo del movimiento paralímpico; quienes tuvimos la suerte de estar en sus estadios comprobamos el éxito que representó la incursión de sus atletas en la misma pista por la que minutos antes habían pasado Cathy Freeman, Maurice Green, Haile Gebreselassie, Hicham el Guerrouj o Félix Sánchez.
Pocas noches gozaron de tanta fuerza como aquellas en las que Juegos Olímpicos y Paralímpicos coincidieron en tiempo y forma frente al mundo y las audiencias en televisión.
Por primera vez en la historia del olimpismo, un velocista en silla de ruedas llevaría el peso del espectáculo en el prime time mundial. La responsabilidad correspondió al mexicano Saúl Mendoza, quien con una dramática carrera en los 1,500 metros de Sídney, levantó al estadio entero convirtiéndose en protagonista de los Juegos. Mendoza fue recuperando lugares a lo largo de toda la prueba hasta colocarse detrás del canadiense Jeff Adams y el suizo Heinz Frei, hasta superarlos. Faltando unos metros para la meta, la figura del mexicano, que llevaba el alma envuelta en una armadura con dos ruedas ardientes, se había vuelto una de las grandes imágenes de Sídney 2000.
Aquellos Juegos, los de la inolvidable Soraya Jiménez; los marchistas Noé Hernández y Joel Sánchez; el clavadista Fernando Platas; el peleador Cristian Bejarano, y el taekwondoín Víctor Estrada, fueron también los Juegos del velocista Saúl Mendoza: carro de fuego, uno de los mejores atletas en la historia de México.
Veintiún años después, los Juegos Paralímpicos no gozan de la salud que tuvieron entonces. Inaugurados ayer, los próximos doce días serán determinantes para evaluar la dinámica de un movimiento que, aunque continúa, deberá replantear su modelo de competencia para transmitir la emoción, el atractivo y el espectáculo deportivo que estos Juegos tienen para todos.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo