Anunciada, lanzada y unificada, la candidatura de Mbappé para ocupar el trono de Messi y Crsitiano requiere una autorización del futbol que espera verlo encabezar una nueva época como punta de lanza de un equipo construido a su alrededor.
Con 23 años, una cuota goleadora extraordinaria en Champions y un campeonato Mundial en sus espaldas, el joven francés está en el punto exacto de ebullición. Por ahora, nos hemos detenido a observarlo como un atacante poderoso, exuberante, veloz, muy técnico y habilidoso; pero apenas habíamos podido percibir su extraordinaria madurez, claridad mental y emocional. A su edad, Mbappé se comporta, piensa y se escucha como un veterano.
Su espectacularidad dentro de la cancha, contrasta con una inusual prudencia fuera de ella. El detalle no es menor, tratándose de un muchacho al que se le señala como el principal heredero de dos futbolistas que han dominado el juego durante casi dos décadas.
En medio de una batalla millonaria por su transferencia, con la afición de su equipo expectante, la del próximo mirándolo y los reflectores de la prensa apuntándole, resolvió el partido en el área y eludió los detalles acerca de su futuro con la misma elegancia y eficacia en una entrevista a pie de campo.
En perfecto castellano y con gran soltura, enseñó una faceta poco conocida de su personalidad: es un hombre sensato. Cuando aparece una figura de esta magnitud, lo primero que analizamos es cuánto ganará y hasta dónde llegará. Lo que casi nunca preguntamos, es: ¿qué es lo que nos puede enseñar? En tiempos donde el deporte parece haber extraviado algunos de sus valores esenciales, lo mejor que puede suceder es que surjan estrellas como Mbappé, quien a pesar de su juventud y los desafíos que está por enfrentar, mantiene los pies en la tierra.
El tiempo lo pondrá en su lugar, pero parece que el próximo mejor jugador del mundo será, como Messi, un chico normal.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo