El jueves 11 de junio de 2026 el Azteca cumplirá tres Mundiales, legendario desde los cimientos y hasta la techumbre, es el verdadero coloso del futbol mexicano.
A lo largo de este tiempo, 56 años, México ha ganado un nombre, un prestigio y un lugar en la cúspide de las Copas del Mundo gracias a su monumental estadio antes que a su sencilla Selección Nacional de Futbol que jugará en casa por tercera ocasión, cuatro si consideramos la sede de USA 94 como una eterna localía encubierta.
El Azteca que encumbró a Pelé y Maradona, volverá a abrir sus profundos túneles conectando a millones de aficionados que a través de generaciones reconocen este lugar como una propiedad privada: pertenece a una exclusiva colección de templos del futbol junto al Maracaná, Wembley y el Centenario, quizá los estadios más reconocibles y con mayor solera en la historia de los Mundiales.
Más que un inmueble, este gigante se ha desplazado por distintas épocas del futbol sin perder un centímetro de identidad, un puñado de las escenas más representativas de este deporte lo tienen como escenario: será difícil aceptarlo, pero cuando su campo inaugure el próximo Mundial, el Azteca pertenecerá cada vez más a las grandes selecciones y menos a la mexicana, que lamentablemente no lo ha sabido aprovechar.
Durante los próximos meses la enésima “remodelación“ del estadio intentará ajustarse a los injustos tiempos, costos y cargos inmobiliarios de la FIFA, una compañía de bienes raíces empeñada en modernizar la historia, si algo tienen estadios como el Azteca es la capacidad de contar la vida y obra de este juego y sus jugadores tal como fue: sin lujos ni zonas VIP.
La modernización de este tipo de edificios, puro hormigón de futbol, debería estar sujeta a una serie de criterios arqueológicos: no puede tocarse, modificarse o renovarse aquello que por su importancia y naturaleza es patrimonio del tiempo.