Cuando un futbolista le marcaba un golazo, el Real Madrid señalaba su dorsal, apuntaba el nombre y hacía una oferta por él. No siempre podía ficharlo, pero su intención era clara: que los mejores jugaran en este equipo o no jugaran en su contra.
Así se construyó la leyenda del club que desarrolló, dominó y revolucionó el mercado del futbol. El Madrid contribuyó de manera determinante en la historia del juego, pero convertir las transacciones de futbolistas en una industria millonaria, quizá haya sido su mayor aportación. Lujo, moda, exclusividad, competitividad y excelencia, colocaron a esta organización en la cima del futbol y el deporte mundial.
Durante décadas, el Madrid parecía inalcanzable para sus rivales, irresistible para los jugadores e ideal para los espectadores. Su modelo, una combinación única entre influencia, fortuna y gallardía, le convirtió en un poderoso caballero dentro y fuera del terreno de juego. Con esa personalidad y elegancia arrolladora, cautivó a una especie de inversionistas con suficiente afición, ego y dinero para gastarlo en el futbol.
De esta forma, llegaron los millonarios árabes, rusos y asiáticos dispuestos a superarlo. En cada uno de ellos hubo un germen madridista que causó profunda admiración por un estilo de vida relacionado al deporte, que solo el seductor Real Madrid era capaz de provocar. En cualquier otra época, un futbolista de la categoría de Mbappé ya estaría uniformado de blanco con un chasquido de dedos. No en ésta, una época en la que existe una serie de clubes con mayor poder adquisitivo.
Ayer en el Parque de los Príncipes, el PSG volvió a interrumpir el discurso del rey. La actuación del francés, coronada con un gol que aumenta la obsesión que el Real Madrid siente por él, lo confirma como la única opción que tiene para mantener su majestuoso modelo.
Por ahora, la eliminatoria no cayó del lado del PSG, sino al lado de Mbappé.
José Ramón Fernández Gutiérrez De Quevedo