La vieja Copa de Campeones, Champions League en nuestros tiempos, ha sido desde 1955 la principal fuente de prestigio del futbol europeo.
Concebida, organizada y jugada en París en su primera edición, el título más valioso a nivel clubes continúa representando los principios y fundamentos que dieron forma y origen al mercado común europeo. Ese espíritu unionista encontró en esta majestuosa Copa un modelo fraterno y honorable que ayudó a confirmar las bases del entendimiento y colaboración entre naciones.
Sin ninguna duda, la Copa de Campeones de Europa es percibida como una de las instituciones más sólidas y respetadas del continente. La notable vocación europeísta de los equipos que la disputan, explica su estimación.
Con veinte títulos repartidos entre ellos, sumando el de mañana, Real Madrid (13) y Liverpool (6) construyeron su grandeza ganándola y respetándola. No puede entenderse la trayectoria de estos clubes sin su destacada y tenaz competitividad europea. Ambos, en algún momento de su historia, eligieron el mundo como su terreno de juego.
Aquella decisión, que consistía en priorizar el campeonato continental por encima de cualquier otro, aunque nunca lo dijeran, fue la correcta. Con el paso del tiempo, blancos y rojos enriquecieron ese carácter universal encabezando la lista de los equipos más populares del futbol mundial y las franquicias deportivas más valiosas.
El partido por la vigésima en el Stade de France enfrenta a las organizaciones que mejor interpretaron la expansión del futbol, junto al Milán (7) y Bayern (6). Alguno de los dos tiene que perder, sin embargo, la derrota en todo caso será de aquellos equipos a los que Liverpool y Real Madrid siguen dejando muy atrás.
Alcanzarlos, como el PSG ha dejado claro, no será posible ni con todo el dinero del mundo: el tiempo no se puede comprar. El pacto europeo que este par de clubes tiene con la Copa, es eterno.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo