Mundial es la palabra más larga del futbol, siete letras repetidas casi todos los días con mayor o menor frecuencia por millones de personas durante cuatro años, la vuelven repetitiva, infinita, eterna.
Se dice rápido y se escribe fácil, pero provoca muchas cosas además de una larga espera: presión, tensión, ilusión, pasión, frustración, alegría, fantasía o esperanza, cuelgan de esta palabra junto a muchas otras emociones y causas; así que no solo es una palabra muy larga, también es muy amplia.
Mencionarla estimula la memoria, y al oírla, se activa la glándula de la nostalgia que almacena jugadas y jugadores; triunfadores y derrotados; ídolos y olvidados; ciudades y estadios; momentos y años, porque mundial es una palabra histórica, por lo tanto, profunda.
Con esta longitud, amplitud y profundidad encontramos su significado: el Mundial es una sensación que acompaña al mundo a través del tiempo. Pero mundial, sobre todo, es una palabra íntima, familiar, personal.
Cada uno de nosotros le damos un sentido particular en función de la experiencia que hemos tenido con ella: de esta forma podemos decir que hay un mundial por persona.
Si todo esto se produce al escribirla, leerla, decirla y escucharla, imaginemos lo que se siente al jugarla.
A veces creemos que los jugadores tienen prohibido sentir todo lo que sentimos los aficionados, qué equivocados estamos, porque ellos, como portadores de esa gigantesca carga emocional, entienden mejor que nosotros la magnitud de esta palabra. En las próximas semanas seremos millones los aficionados, miles los futbolistas y apenas cientos los mundialistas: solo allí, en medio del Mundial, puede explicarse lo que pasa. En México somos más apegados a la palabra mundial, que a la palabra futbol.
Quizá por ello nuestra selección acude a ella tan presionada, y nuestro futbol no encuentra otros estímulos que le ayuden a superar esta dichosa palabra.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo