Los grandes organismos deportivos se asociaron en los últimos años con países gobernados por regímenes de dudosa credibilidad: el deporte encontró una oportunidad para capitalizar su carácter noble y festivo, ayudándoles a “blanquear” su imagen, lanzando al mundo un mensaje de amistad que dura unas semanas.
Presentar una candidatura para los Juegos Olímpicos o el Mundial representa un compromiso con una serie de valores que, al margen de la cobertura económica para sostener su organización, garanticen estabilidad social, respeto a los derechos humanos, condiciones de igualdad, tolerancia, democracia y libertad, promoviendo un mundo sin violencia, ni discriminación, pacífico y esperanzador.
La FIFA y el COI, dos animales políticos, conceden sus sedes bajo un lógico criterio económico, intentando guardar un conveniente equilibrio entre naciones de distintas ideologías, que no siempre coinciden en la visión que tienen del mundo y la humanidad.
En dos décadas, los Juegos Olímpicos de verano e invierno, y los Mundiales, han sido distribuidos en los siguientes países y ciudades: Japón y Corea 2002, Salt Lake City 2002, Atenas 2004, Alemania 2006, Turín 2006, Pekín 2008, Sudáfrica 2010, Vancouver 2010, Londres 2012, Brasil 2014, Sochi 2014, Río 2016, Rusia 2018, Pyeongchang 2018, Tokio 2020, Pekín 2022 y Qatar 2022.
Cada quien puede sacar sus conclusiones sobre los criterios de elección de todas estas sedes, lo que no podemos ocultar es que, en algunos casos, la FIFA y el COI no fueron cuidadosos con sus principios. Las candidaturas de Rusia, China y Qatar estuvieron rodeadas de fuertes controversias desde el inicio, pero en ningún momento estuvieron en riesgo de caerse: eran socios estratégicos.
Hoy, frente a la presión internacional, ambos organismos han recuperado sus “convicciones” condenando a Rusia: olvidaron que hace poco tiempo aplaudían a Putin.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo